El ojo y la lupa

‘14’, de Echenoz: la Gran Guerra en 92 páginas

El francés Jean Echenoz lleva años perfeccionando el arte de la nouvelle, un género definido no tanto por el contenido y el estilo como por el tamaño, que algunas convenciones cifran entre 30.000 y 50.000 palabras. Su última obra, 14, (Anagrama) ni siquiera alcanza la talla mínima, ya que, con sus 92 páginas de columnas estrechas y letra apta para cortos de vista, se queda al borde de las 20.000. Está por debajo incluso de los tres componentes de su reciente tríptico biográfico-ficcional, compuesto por Ravel (118 páginas), Relámpago (150, inspirado en el físico Nikola Tesla) y Correr (144, sobre el atleta Emil Zatópek).

Pese a su brevedad, la materia prima de 14 es tan descomunal —la Primera Guerra Mundial, puerta a la barbarie del siglo XX— que es lícito preguntarse si deja llegar más allá de la superficie o la anécdota, la reflexión o la pincelada. Por eso, el mejor elogio que se le puede hacer es que, aunque sea una nouvelle en cuanto al formato, en su esencia se trata de una sobresaliente creación literaria.

Echenoz halló inspiración para 14 en la lectura de unos diarios de guerra perdidos entre los papeles de una herencia de su familia política. Consciente de todo lo que se había escrito sobre el conflicto, abandonó toda pretensión histórica, cualquier intento de referirse a fechas y hechos concretos, para centrarse en la peripecia de cinco personajes. Su destino, lo que la guerra hace con ellos y cómo lo hace, es más ilustrativo que la descripción de un puñado de batallas. Uno de ellos es ejecutado por deserción, tras una farsa de juicio, aunque su crimen fue no darse cuenta de que un simple despiste le podía llevar al paredón. Justo ahora, a punto de cumplirse el primer centenario del estallido de la guerra, Francia hace examen de conciencia y un grupo de historiadores propone honrar como víctimas a centenares de condenados para dar ejemplo, por traición o cobardía, muchas veces sin motivo.

Echenoz huye de la truculencia, pero no podía obviar algunas descripciones que permiten hacerse idea del horror de aquella guerra absurda, como todas, pero esta más que la mayoría. Así explica los efectos de un proyectil: "Tras seccionar al ordenanza del capitán en seis pedazos, algunos de sus cascos decapitaron a un agente de enlace, clavaron a Bossis por el plexo en el puntal de una zapa, destrozaron a diferentes soldados bajo diferentes ángulos y cercenaron longitudinalmente el cuerpo de un cazador ojeador".

Y así describe un ataque enemigo: "Retumbar de los cañones en bajo continuo, lluvia de proyectiles barométricos y de contacto de todos los calibres, balan que silban, restallan, suspiran o gimen según la trayectoria, ametralladoras, granadas, lanzallamas, la amenaza viene de todas partes, de arriba de los aviones y de los disparos de los obuses, de enfrente de la artillería enemiga, y aun de debajo cuando, creyendo disfrutar de un momento de calma en el fondo de la trinchera donde intenta uno dormir, oye al enemigo cavar sordamente, debajo de uno mismo, abriendo túneles donde colocará minas con el fin de destruirle".

14 no se concentra en exceso en el frente, sino que presta mayor atención a la fase previa a la guerra, a la exposición de los personajes y los lazos que les unen, a la corrupción de quienes, desde la seguridad de la retaguardia, sacan provecho del conflicto, al intento de recomponer las vidas de unos y otros cuando callan las armas. Y todo ello desde una precisión en el lenguaje, una capacidad de dotarle de emoción y delicadeza, un estilo tan elegante que ha cautivado a la mayor parte de la crítica francesa, incluyendo al pope Bernard Pivot. Aunque la traducción de Javier Albiñana es impecable cabe sospechar que buena parte de esa magia se haya perdido en la versión española que, aún así, al pasar la última página, deja el inconfundible regusto de la buena literatura.

No sé cuál es el método de trabajo de Echenoz, pero no me extrañaría que esa aparente levedad de 14 no sea síntoma de pereza, de sacar el máximo partido al mínimo esfuerzo, sino de un deliberado tour de force en busca de lo esencial. Tampoco sería tan raro —así me gusta creerlo al menos— que el primer texto de la novela tuviese 500 o 600 páginas, y que las 92 que han quedado al fin sean el fruto de sucesivos recortes, de eliminación de cuanto no era relevante, es decir, el precioso destilado al que no le falta nada pero del que tampoco sobra ya ni una gota.

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