El ojo y la lupa

Egipto tras la barricada

En tres años, Egipto ha recorrido un largo camino circular que le ha conducido al punto de partida: los militares siguen con el poder político y económico, los Hermanos Musulmanes están fuera de juego, el movimiento laico y democrático ha sido burlado y Estados Unidos, las monarquías conservadoras y dictatoriales del Golfo, Israel y Estados Unidos respiran aliviados porque sus intereses quedan a salvo y la estabilidad vuelve a reinar en el país pivote de Oriente Próximo. Es un balance desolador de lo que parecía que iba a ser el paradigma que marcaría el cambio democrático, de justicia social y de prosperidad económica que, en un momento que ya parece muy lejano, se asociaba con la primavera árabe.

Marc Almodóvar, corresponsal en la zona de varios medios catalanes, que ha vivido en Egipto desde 2008 y ha sido testigo directo de esta etapa convulsa, ha condensado su experiencia –con aliento de reportero y precisión de documentalista- en un libro que, publicado por Virus Editorial, resulta esencial para conocer los orígenes, desarrollo y desenlace de un proceso revolucionario/contrarrevolucionario cuyos últimos capítulos aún están por escribir.

La conclusión de Egipto tras la barricada. Revolución y contrarrevolución más allá de Tahrir pretende ser esperanzadora pero, a día de hoy, tiene un amargo sabor a utopía: "La revolución que en enero de 2011 reclamaba pan, libertad y justicia social no ha muerto. Estará viva mientras la injusticia provocada por unas políticas generadoras de desigualdades y por la extensión de las nuevas formas de esclavismo y colonialismo sigan vivas".

Almodóvar no desvela ningún secreto, no cuenta casi  nada que no se supiera ya, pero aun así, su libro era muy necesario, y lo justo sería que quedase como imprescindible referencia (al menos entre los textos en español) para recordar y entender mejor estos tres años convulsos. El tono que utiliza es crítico y analítico, sin perder por ello viveza e incluso pasión, y sin alejarse nunca de su objetivo esencial: relatar en detalle un proceso que nació en enero de 2011 con las manifestaciones multitudinarias de la plaza de Tahrir que exigían democracia y el derrocamiento de Mubarak; que pasó por el interregno de un año de gobierno de los Hermanos Musulmanes, conquistado por medios democráticos; y que volvió a sus orígenes cuando otro movimiento popular masivo en junio de 2013 sirvió de pretexto a los militares para derribar al islamista presidente Mursi (que pagó cara su torpeza) y tomar las riendas de un poder que nunca habían soltado del todo.

La mejora en la situación personal y procesal de Mubarak y algunos de sus cómplices, el control de puestos claves en la Administración y la economía de militares y antiguos altos cargos del dictador, la marginación cuando no la persecución de los protagonistas de las revueltas de Tahrir, y el calendario de normalización institucional que controla el Ejército y que debe convertir en presidente al mariscal Al Sissi, cabeza del golpe, son pruebas evidentes del fracaso de la revolución.

Antes como ahora, los militares tienen el poder real. Un poder que Almodóvar ilustra con una batería de datos que recogen cómo, durante décadas, han ido penetrando no ya tan solo en el entramado institucional, sino también en el educativo, científico, de los medios de comunicación y, sobre todo, el económico. "El proceso iniciado en 1991 llevó a los oficiales a sentarse al frente de los consejos de administración de los holdings de electricidad, transporte, agua, saneamiento, gas natural o petróleo, y a tener un amplio control sobre los sectores públicos asociados, como la construcción, la vivienda, el desarrollo agrícola y el turismo".

Estaciones de servicio, agua embotellada, cigarrillos, televisores, pesticidas, verduras, pasta alimenticia, hostelería... Pocos sectores se libran del control militar, en beneficio, no ya del país sino ni siquiera del conjunto de la institución, sino de una minoría de altos oficiales, y sin apenas control sobre  las prácticas corruptas o la administración negligente. El peso de esa economía militar oscila, según las fuentes, entre el 25% y el 40%  del Producto Interior Bruto. Que esta situación no se haya revertido, o que no esté vías de serlo,  es una prueba incontrovertible de lo poco que la revolución del Tahrir ha cambiado Egipto, pese a los miles de muertos que han jalonado estos tres últimos años.

En palabras del autor, "la historia de la revolución egipcia es, desde la caída de Mubarak, la del esfuerzo de islamistas y militares por detener el ímpetu popular, por denunciar las protestas obreras, por detener a los activistas (...) por acusar a las mujeres de las protestas de ser putas. Es la historia de un proceso que ha permitido llamar revolución a lo que es transición, y sabotaje a lo que es revolucionario; acusar de terrorista al disidente y cambiar los lemas de la revolución. Todo para atacar al corazón de lo que había llevado la gente a la calle".

Almodóvar toma  partido tanto contra los militares como contra los Hermanos Musulmanes. Los primeros han ganado, y los segundos han perdido, en buena medida por sus propios errores. Pero el gran derrotado, pese a la pureza de sus intenciones, ha sido (está siendo) el movimiento laico y revolucionario, defensor de la democracia, la igualdad y el progreso, que se echó a la calle para que las cosas ya nunca volvieran a ser como antes, para que Egipto se convirtiera en un país justo, libre y democrático. Representaban el alma más pura y esencial de la primavera árabe pero, a día de hoy, son el más claro ejemplo de su fracaso.

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