El ojo y la lupa

Habla John Lennon

Disueltos los Beatles por el agobiante peso de la fama y por las diferencias artísticas y personales, John Lennon se confiesa ante un psicólogo (o psiquiatra) entre el 21 de septiembre de 1975 y el 7 de diciembre de 1980. Justo el día siguiente, a los 40 años, el fundador y líder del grupo, fue asesinado a la entrada del edificio Dakota de Nueva York, a escasos metros de Central Park, por un mitómano que llevaba en el bolsillo un ejemplar de El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger.

Con estos mimbres, a lo largo de 18 sesiones en el diván, el escritor francés David Foenkinos, autor del superventas La delicadeza, ha compuesto Lennon (Alfaguara), su homenaje personal a un artista al que admira "infinitamente", cuya música le acompaña "todo el tiempo" y del que reconoce: "Sé que está en mi vida".

Foenkinos se ha documentado de forma exhaustiva para lograr que los detalles esenciales de la vida de Lennon estén en el libro, pero advierte de que, aunque ha tratado de aproximarse a su pensamiento, se trata de "una interpretación absolutamente libre". Biografía novelada o novela de la realidad, utiliza recursos del periodista investigador y del escritor de ficción para ofrecer un retrato ameno y literariamente notable que, con gran probabilidad, interesará a la legión de lectores cuya vida tuvo como banda sonora las canciones de los Beatles. Solo le faltaba a John Lennon un final trágico para convertirse en un mito que sobrevive al paso de las décadas.

Es probable que los miembros de la academia española del cine no hubiesen encumbrado a Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba, de no haber entre ellos, por simple cuestión de edad, muchos admiradores de los Beatles, como el profesor de inglés, basado en un personaje real, que en el filme viaja a Almería para intentar ver a su ídolo y convencerle de que se incluyan las letras de las canciones en los envases de los discos. Foenkinos hace una mención de pasada a aquel rodaje del filme de Richard Lester Cómo gané la guerra, y pone en boca de Lennon que era "un bodrio", que las esperas entre las tomas se le hicieron interminables y que fue entonces cuando salió del armario de su miopía y se enfundó las gafas redondas que se convirtieron en su imagen de marca, tras muchos años en la niebla porque no le parecían propias de un artista de rock.

En el libro se recorre la peripecia vital del autor de Imagine, desde las frustraciones de una infancia en Liverpool en la que nunca pudo contar ni con su padre ni con su madre, hasta los años duros de la creación y consolidación de los Beatles, la explosión de una fama imposible de asimilar, la búsqueda de los límites (en el sexo, las drogas o la meditación trascendental hinduista), los conflictos en el seno del grupo, la persecución en EE UU en la época de Nixon y el emparejamiento con Yoko Ono, de la que decía: "Ella me salvó la vida". A continuación se recogen, a veces condensados, pasajes del libro en los que Foenkinos da la voz a Lennon.

Supervivencia. Es la palabra de mi vida. Sobrevivo como todas las estrellas de rock que todavía no murieron. ¿Cuántos cadáveres contamos en nuestro ejército? Janis Joplin, Jimi Hendrix, Jim Morrison... Sin Yoko yo también estaría en esa lista.

Paul McCartney. Era la primera vez que conocía a alguien tan bueno como yo, pero había algo que me molestaba: parecía tan niño...

Elvis Presley. Soy el que soy porque Elvis fue el que fue. El dinamizó mi vida. No olvidaré la primera vez que le oí. Creí que mis orejas tenían piernas.

Droga. Dylan nos dio marihuana por primera vez. Rubber Soul fue el álbum de la marihuana. Revolver, el del ácido. [Años después, ya con Yoko Ono], el bienestar que se apoderó de mí fue paradójicamente el comienzo de mi verdadera afición a la heroína. Me volví más frágil todavía, más paranoico. Un día me tomaba por Cristo y otro buscaba una ventana para saltar.

Sexo. Éramos predadores. Las chicas estaban en todas partes: en los armarios, tras las cortinas, en los camerinos. Eran cuerpos, ofrendas a los dioses. La orgía permanente. Todo el mundo se saciaba. Podía acostarme con una y terminar con otra.

Violencia. Mi energía pacifista es el fruto de mi violencia. No dejé de cantarle a la paz y era mi propia paz lo que buscaba. Tras la muerte de mi madre [atropellada por un policía borracho] mi odio se difundió a todo. Me dije: tengo libertad para ser violento, para estar loco.

Pete Best (el Beatle expulsado).Tuvo dos intentos fallidos de suicidio, pero no se vengó, aunque debieron ofrecerle millones por contar todo lo malo que sabía de nosotros.

Buenos chicos. En 15 minutos, tras el show de Ed Sullivan, todo EE UU nos conocía. Éramos como una revolución suave, a la vez subversiva y respetuosa, una locura controlada. Siempre con la sonrisa pegada a la mandíbula, genios de la pirueta. Nos preguntaron si nos gustaba Beethoven y Ringo contestó: "Sí, sobre todo sus poemas".

Beatlemanía. Estábamos solos, con millones de personas rodeándonos, como en una burbuja, nuestra ola lo invadía todo. Se dijo que los Beatles tenían poderes curativos, madres llorosas nos pedían que tocásemos a sus hijos enfermos o paralíticos. Ya no era cuestión de música. Era una religión. Quizá por eso dije que éramos más populares que Jesucristo, lo que hizo que en EE UU se empezar a quemar nuestros discos, o que el Ku Klux Klan llamase al boicoteo de nuestros conciertos. En el fondo, quizá soy Cristo. La muerte a balazos es la crucifixión moderna.

Filipinas. Tras plantar a Imelda Marcos, ésta, humillada, nos declaró enemigos del pueblo. Enloquecieron, nos tiraron piedras, pensé que nos matarían. No habíamos parado en 10 años, más de 1.000 conciertos en los últimos cuatro años. Decidimos parar.

Paul toma el control. Se apoderó de los Beatles. Se comprometió más que yo. Revolver fue el último álbum bajo mi dominio. Él me propuso un disco conceptual, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, el álbum más revolucionario de todos los tiempos.

Yoko Ono. Nos hemos fundido. Con ella he encontrado la libertad suprema, el refugio, la madre. En Inglaterra se volvieron racistas con ella, la odiaban. La llamaban Dragon Lady, La Ramera o Jap, dominando al pequeño bobo que era yo. ¿De qué otra mujer se ha dicho tantas veces que era fea? Yo la encontraba maravillosa. Me da vergüenza mi país, no volveré a poner los pies en él.

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