El ojo y la lupa

Cómo acabar con el Gobierno

"La esclavitud es consecuencia de las leyes. Las leyes fueron establecidas por los gobiernos. Para liberar a los hombres no hay más que un medio: la destrucción de los Gobiernos". Lev Tolstói lo tenía muy claro allá por 1900, cuando, desde su retiro campestre de Yásnaia Poliana, renegando en parte de su prodigiosa obra literaria, se imponía la misión casi religiosa de liberar a la humanidad de sus cadenas. De ese año data Contra los que nos gobiernan, un opúsculo de 120 páginas que ahora rescata la editorial Errata Naturae, que prefigura la resistencia pacífica de Gandhi (con el que llegó a cartearse) y que refleja una clara influencia del concepto de desobediencia civil de Thoreau.

Aquellas ideas de Tolstói suenen hoy a irrealizables fuegos de artificio. Sin embargo, pese a la distancia temporal y las diferencias sociales, económicas y políticas, hay cuestiones esenciales que se mantienen inmutables y conclusiones provechosas (aunque no de automática transmisión) que pueden extraerse del pensamiento del genial autor de Guerra y paz y Anna Karénina. Convenientemente adaptadas a la realidad actual podrían resultar útiles para el argumentario de los movimientos que luchan por transformar el sistema y acabar con el control de los políticos tradicionales, empeñados en preservar el statu quo antes que en construir una sociedad más justa e igualitaria.

Desde su utópica atalaya, Tolstói responde a dos preguntas.

1. "¿Son necesarios los gobiernos?"

Su respuesta es un rotundo NO. Porque "la causa de la desdichada condición de la clase trabajadora es la esclavitud. La causa de la esclavitud es la existencia de leyes, sobre todo las que atañen a la tierra, los impuestos y la propiedad. Las leyes se apoyan en la violencia organizada" y ésta "es inseparable del gobierno" Si se suprimen los gobiernos, ¿conduciría eso al caos? No tendría por qué, ya que, "aunque es cierto que toda revolución, y más la que suprima los gobiernos de la violencia organizada, turbará la bella apariencia exterior de nuestras sociedades", no por ello "causará su desorganización, pues hará que aparezca lo que hoy en día está oculto, y así podremos generar los remedios adecuados".

Si los hombres no son racionales, afirma Tolstói, "todo deberá regirse por la violencia". Pero si lo son (y él cree que lo son), "sus relaciones deben estar fundadas sobre la razón y no sobre la violencia de aquellos de entre ellos que, por azar, se apoderaron del poder". Es decir, los gobiernos, cuya supresión no conduciría al caos, ni a la guerra, ni a "los mayores desastres", males que, por cierto, son consustanciales con la estructura política y social vigente.

Para quien pudiera pensar que lo que proponía Tolstói era tan solo sustituir una ideología política por otra más justa, deja claro que no es así, ya que "la socialización de los medios de producción y el advenimiento de una nueva organización económica, en una palabra, la revolución que los socialistas anuncian como próxima, se cumplirá también, según dicen, gracias a la violencia organizada". Lo que, en su opinión, la descalifica, porque "tratar de destruir la violencia mediante la violencia es querer extinguir el fuego con el fuego".

2. "¿Cómo derribar los gobiernos?"

Aquí es donde Tolstói se muestra menos realista, convencido de la bondad intrínseca del ser humano. Hay, explica, "un medio de derribar los gobiernos: denunciar ante los hombres la mentira oficial (...) hacerles comprender que no tienen necesidad de ponerse unos contra otros, que los odios los provocan los gobiernos mismos" en defensa de sus intereses, que hay que resistirse a la disciplina que imponen porque "la disciplina es la muerte de la razón y la libertad".

Se acerca el momento (decía en 1900) en que los hombres se darán cuenta de que "los gobiernos son instituciones inútiles, funestas e inmorales". Y, a partir de ahí, cesarán de colaborar con ellos, lo que hará caer por su propio peso la mentira que permite que los hombres sean esclavos. "No hay otro medio para liberar a la humanidad".

Todo hombre puede contribuir. ¿Cómo? No aceptando ser soldado, ministro, recaudador, alcalde, jurado, parlamentario. No pagando impuestos directos o indirectos, no recibiendo dinero del Estado ni en forma de salario ni de pensión. No pidiendo que éste le garantice su propiedad o la prestación de un servicio. No aprovechándose de la tierra o el trabajo ajeno".

Tolstói se da cuenta de que se le replicará: "Todo eso es imposible". Y admite la enorme dificultad de lograr ese cambio de actitud, ya que no todos los hombres serán capaces de llegar tan lejos, pero siempre, sostiene, podrán iniciar el camino con gestos que les acerquen a ese ideal, algo solo factible "liberándose gradualmente". E resultado dependerá del número de personas que en cada país "tengan coincidencia de la injusticia, y del grado de claridad con que lo adviertan", porque "cada uno, aisladamente, puede colaborar al movimiento general de la humanidad o, por el contrario, trabarlo".

"Muchos exclamarán: siempre el mismo sistema. Por una parte la destrucción del orden actual, sin indicación de ninguna otra forma de organización que lo reemplace; por la otra, la antiquísima teoría de la inacción". Como si toda práctica fuese inmoral y solo resultara admisible "una especie de acto espiritual o moral puro (...) que conduciría al mundo al caos y la inmovilidad".

Y concluye: no podemos sostener la violencia de los gobiernos, hay que abstener de practicar, justificar o beneficiarse de la violencia, encarnada en ellos. O sea, hay que derribarlos. Y sin violencia. Sin embargo, ni Tolstói ni nadie después que él ha dado con la fórmula mágica para lograrlo, pese a experimentos aislados de desobediencia civil y resistencia  pacífica.

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