El ojo y la lupa

Cupido contra los molinos de viento

El cuerpo de una ingeniera es descubierto colgado de lo alto de un aerogenerador de un parque eólico a las afueras de Breda, una ciudad de provincias que cabe imaginar en el cuarto suroeste de España y que Eugenio Fuentes ha convertido en escenario de sus seis novelas protagonizadas por el detective Ricardo Cupido. Mistralia, editada por Tusquets, es el título de la última, y también el nombre de la empresa dedicada a las energías renovables que, con su proyecto para ampliar la instalación, centra la oscura trama de ambición, crimen y mezquindad que debe desentrañar este sabueso alejado de los estereotipos del género negro. Esta es la marca distintiva de Cupido: que no se parece a los investigadores que, con uniforme o sin él, con placa policial o por libre, proliferan con distinta fortuna en el panorama literario español.

Eugenio Fuentes va a su aire, transita por un camino propio, por un intenso y definido mundo personal, prima una penetración psicológica que extiende a todos sus actores, incluso los más secundarios, de tal forma que, al pasar la última página, se tiene la impresión de haber comprendido lo que mueve, incluso en sus actos más censurables, a un puñado de seres de carne y hueso, en los que cada lector puede encontrar algo propio.

Cupido lucha contra los molinos de viento en Mistralia de forma casi literal, con ecos de Don Quijote que se plasman en la toma de sus propias decisiones, lo que choca con frecuencia con los intereses de quien le contrata. Se observa esto, por ejemplo, en un relato corto que se inserta en la novela sin otra relación con el argumento que presentar a un personaje secundario: el detective recibe el encargo del gerente de un hipermercado de descubrir al responsable de introducir en el establecimiento a diversos animales, como un murciélago, un hámster y un conejo. Cupido descubre al culpable y —lo más importante—, al comprender sus motivos, prefiere no cobrar sus honorarios antes que exponerle al castigo.

Este trasfondo ético impregna Mistralia, al igual que lo hacía en El interior del bosque, La sangre de los ángeles, Las manos del pianista, Cuerpo a cuerpo y Contrarreloj. Cupido no se limita a cumplir los encargos que recibe, por bien pagados que estén. No es rico, pero tampoco pasa apuros. Sus necesidades son mínimas y sus aficiones, empezando por el ciclismo, baratas. Si le gusta su oficio, su profesión, su afición, es sobre todo porque la ayuda a entender al género humano, y quizás también porque así compensa una soledad que no es patológica, ni buscada ni evitada, porque siempre está abierto a una amistad (sobre todo si es antigua) y a explorar la posibilidad de una nueva relación amorosa.

Al desarrollarse la acción en un escenario tan poco habitual como una pequeña ciudad, Cupido puede mantener una comunión con la naturaleza que alimenta con sus escapadas ciclistas por los alrededores y la escalada a los puertos de las sierras circundantes. Breda es el mundo de Cupido, y sale raramente de él, aunque en Contrarreloj viajaba hasta el Tour de Francia, a cuyos puertos míticos subía en solitario, y donde Fuentes dedicaba un capítulo a cada etapa y a describir un tipo de ciclista, desde el gregario al sprinter o el jefe de filas, cada uno de ellos en su grandeza y su miseria, que podía conducir hasta el crimen.

En ese entorno pequeño de Breda, aún no alterado por completo por los tiempos que corren, los molinos de viento son un elemento distorsionador, que estimula por una parte la codicia de los terratenientes que ven la posibilidad de cobrar a precio de oro unas tierras baldías, pero que también suscita la resistencia de quienes, sin llamarse abiertamente ecologistas, sufren por la destrucción del paisaje o por la mortandad que las aspas de los aerogeneradores causan entre las aves migratorias.

Esas torres de cinco metros de diámetro, que ocultan en su interior una escalera y un ascensor para dos personas, que alcanzan los 67 metros de altura y los 80 metros de diámetro en las palas, que vibran hasta marear a los no entrenados cuando el viento arrecia, con capacidad de generar dos megavatios cada uno, constituyen el símbolo ambiguo del progreso y sus peligros, de la energía limpia y de la constatación de que no hay energía limpia que valga, que solo hay unas más sucias que otras. El hecho de que una ingeniera termine colgada de un cable allá en lo alto adquiere así carácter de alegoría. La elección de esa escena del crimen es, sin duda, uno de los grandes aciertos de Mistralia.

Como era de esperar en un personaje tan alejado del maniqueísmo, Cupido actúa con la convicción de que la línea que separa al criminal del inocente puede ser extremadamente delgada. "En el culpable de un delito", afirma, "a menudo está oculto el hombre bueno que pudo haber sido en otras circunstancias, y en el inocente duerme el villano en que podría convertirse si todo el daño se acumulara sobre él". Y su interlocutora, la ingeniera que sustituye a la asesinada al frente del parque eólico, descubre en el detective "una de esas personas tranquilas y eficientes que habitan en la sombra del mundo e intentan paliar su generalizado, frenético, irresoluble caos".

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