El ojo y la lupa

Tres eran tres, tres libros de una vez

Leo más rápido que publico, por eso saco este tres en uno.

Estilo rico, estilo pobre. Luis Magrinyà. Debate. Una guía nada convencional para escribir bien, lo que no siempre es lo mismo que seguir las normas. Se nota que a Magrinyá –lexicógrafo, editor y novelista reputado- le repatean los imprecisos usos del idioma, e ilustra ese malestar, que tiñe de ironía, con numerosos ejemplos extraídos incluso de autores consagrados.

Sugiriendo más que condenando, da un travieso tirón de orejas a quienes creen que el estilo rico consiste en agotar sinónimos y evitar las palabras de uso más frecuente , "víctimas de una fobia léxica que parece requerir medicación urgente". Recorre el club de los verbos fijos, culpable de tanta cursilería, y el de los verbos parlanchines, con el sobrio decir convertido en apestado al que se buscan incontables variantes. Dedica un capítulo al empleo exagerado de mantener, y otro a tres verbos difíciles objeto de frecuentes desmanes: tamborilear, perlar y tintinear. Presta atención especial al lío que tanta gente se arma entre oír y escuchar, y al uso excesivo o inadecuado de provocar y usar, que "no solo son unos pesados, sino unos auténticos delincuentes". Se detiene por cierto en el adjetivo pesado y el adverbio pesadamente, en el sustantivo lugar y otros hiperónimos (términos de significado muy amplio que abarca el de otros más concretos), así como en plurales raros como picardías, manitas y guaperas.  Prueba que "el estilo no está en las preposiciones" y que es fácil pasarse con ellas o quedarse corto. Dedica un apartado al coito y se pregunta: "¿Se practica o se ejecuta?"

Estas líneas, y las que siguen, caen en algunos de los pecados que denuncia Magrynyà pero, si me saca los colores, estaré al menos en buena compañía: Gabriel y Galán, Muñoz Molina, Carlos Fuentes, Chirbes, Vargas Llosa y el propio autor, que se autocita para que nadie diga que no ve la viga en el ojo propio: "Luis U. está dispuesto a mantenerse de veras en su actitud".

Los ciervos llegan sin avisar. Berna González Harbour. RBA Serie Negra. Tercera novela negra de la autora y primera que no protagoniza la comisaria Ruiz. Rompe convenciones del género. El sabueso no es un policía, ni un detective, ni un periodista, ni nadie directamente implicado en el caso, sino una mujer, Carmen, que un mal día se encontró una persona que agonizaba en la carretera, le tomó la mano, intentó darle ánimos y se quedó con una cajetilla de cigarrillos en la que había la foto de un niño. La policía llegó, ella explicó que no había visto nada (¿o quizá sí?), se fue y, durante 22 años, se olvidó del asunto. Hasta que un día, recién expulsada por culpa de la crisis de su lucrativo trabajo de economista, con una hipoteca que no puede pagar, un ex marido al que teme, un hijo al que adora y un amante al que desprecia, decide ajustar cuentas con su pasado.

Carmen trata de averiguar qué pasó exactamente en esa línea recta cubierta de asfalto antes de que ella diese un frenazo en seco, saber si el agonizante murió y entregar la foto, a él o a su hijo, si éste quedó huérfano. En el camino halla algo parecido a su propia redención. La misión que se ha impuesto, y que cumple con más voluntad que perspicacia, resulta un tanto inverosímil: por repentina y por la falta de motivación sustancial, concreta e inmediata.  Resultaría más creíble en la vida real –donde todo es posible- que en la ficción, donde lo imaginado exige ser verosímil. La gran virtud de González Harbour es que salva esa contradicción y hace posible ese milagro, quizá porque no todo debe ser invención en la trama.

El estilo y el lenguaje combinan la precisión, la sobriedad y la economía expresiva –probable fruto de la larga experiencia periodística de la autora- con la sensibilidad y el reflejo descarnado de una sociedad rural mezquina y desnaturalizada en la que la crisis ha hecho estragos.

Una novela notable y una autora a la que habrá que seguir la pista.

La guerra civil como moda literaria. David Becerra Mayor. Clave Intelectual. Algunas cifras, no actualizadas, ilustran el fenómeno: entre 1975 y 1995 se publicaron 1.848 libros sobre la Guerra Civil Española; y entre 1989 y 2011 se editaron 181 novelas sobre el mismo tema. El conflicto que ensangrentó el país, trajo la dictadura y causó heridas aún abiertas experimenta un revival, es negocio y cuestiona el pacto de silencio y olvido sobre el que se construyó la Transición. El ensayista David Becerra analiza el fenómeno con derroche de documentación y un empleo riguroso de la crítica marxista, como señala en el prólogo Isaac Rosa.

En ese marasmo de letra impresa cabe todo, desde el género negro o de aventuras al esotérico, romántico o juvenil, pero llama la atención la escasez de relatos bélicos. Nadie se atreve a emular la fuerza expresiva de un Arturo Barea que, con La forja de un rebelde, noveló sin pretender ser neutral sus vivencias en el Madrid de antes y durante la guerra.

Tanto libro y tanta morralla. Una consecuencia, quizá, de que muchos narradores se aproximan al conflicto no en busca de claves para comprender mejor el presente y evitar los errores del pasado, sino de un escenario exótico y turbulento para tramas comerciales de todo tipo. La ideología y la reivindicación desde perspectivas diversas no son ajenas a un cierto número de estas obras, pero no son tantas como para marcar tendencia.

Becerra señala la "loable intención de reivindicar la memoria histórica", pero señala como daño colateral que, al no cuestionar el presente, muchas obras efectúan "una reconstrucción despolitizada y deshistorizada de la Historia, invitando al lector a una relación complaciente con su pasado". Se legitima así "la concepción de la Historia como continuidad, que favorece la perpetuación de la clase dominante en el poder".

La guerra civil como moda literaria será referencia obligada para quien quiera estudiar y entender la compleja relación entre guerra y literatura, entre el presente olvidadizo y el conflicto que marcó la España en el siglo XX y cuya huella es aún visible y dolorosa en el XXI.

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