El ojo y la lupa

Irene Nemirovsky, Marca Registrada

El gran friso inacabado de la Francia ocupada por los alemanes cuyas dos primeras partes compuso Irene Nemirovsky poco antes de ser deportada en 1942 a Auschwitz (donde su marido fue gaseado y ella murió de tifus), se convirtió a partir de 2004, cuando se publicó con el título de Suite francesa, en un resonante éxito internacional, elogiado casi como un documento histórico de una época marcada en su país de acogida por más vergüenza que heroísmo. Durante más de seis décadas, el texto había permanecido oculto en un cuaderno manuscrito con letra apretada y custodiado por Denise y Elisabeth, las dos hijas de la escritora judía franco-ucraniana, que se resistían a abrir la maleta en la que se encontraba el texto porque temían evocar recuerdos demasiado trágicos y dolorosos.

La publicación de Suite francesa rescató para el gran público el resto de la obra novelística (editada en España casi en su totalidad por Salamandra) de una notable escritora de gran éxito en Francia en la década de los treinta, que formó parte de la élite intelectual de la época y contó entre sus amigos a Joseph Kessel y Jean Cocteau. En la posguerra, Nemirovsky se convirtió en una apestada (peor aún: ignorada), atrapada entre dos fuegos: de una parte, el deseo de la sociedad francesa de olvidar el estigma del colaboracionismo con los alemanes y la complicidad en la deportación y exterminio de los judíos, incluidos la escritora –a la que se negó la nacionalidad en 1938- y su marido; y por otra parte, el rechazo en la propia comunidad hebrea francesa de quien, quizá por errado instinto de supervivencia, se convirtió al catolicismo en 1939 y caracterizó a veces a los de su raza con estereotipos antisemitas.

Pero, al fin, de ser una escritora olvidada Nemirovsky pasó a convertirse en una celebridad que sobrepasó el ámbito literario, y en gran éxito de ventas. Era tan solo cuestión de tiempo que Suite francesa ampliase su recorrido en el cine. Lo ha hecho con una producción británica dirigida por Saul Dibb y protagonizada por Kristin Scott Thomas, Michelle Williams y Matthias Schoenaerst. La película se centra en la segunda parte de la truncada pentalogía, Dolce, y más en concreto en la historia de amor imposible entre la joven esposa de un soldado francés recluido en un campo de trabajo alemán y el oficial germano al que su suegra se ve forzado a acoger en su casa.

La acción transcurre en un pueblo de la Francia ocupada, convertido en un microcosmos nada amable de la actitud que buena parte de los ciudadanos de una nación vencida y humillada se vio impelida a mantener frente al enemigo para buscar su propia salvación. Un cóctel de frustración, rencor, egoísmo, pragmatismo, autodefensa y algunas gotas de rebelión, resistencia y heroísmo. Sin embargo, el romance entre los dos protagonistas tiene por obvias razones de taquilla un peso excesivo en el filme, en detrimento del conflicto social y humano que constituía el principal foco de interés del libro.

La explotación de la franquicia Nemirovsky tiene también su reflejo en formato de cómic, o más bien de novela gráfica. Salamandra acaba de editar Tempestad en junio, centrada en la primera parte de Suite francesa y fruto del talento de Emmanuel Moynot. En blanco y negro, con un trazo que huye del preciosismo y se abandona a lo oscuro y siniestro, el volumen recrea el destino de una serie de personajes que huían de París en junio de 1940, cuando, poco antes del armisticio y de la creación del régimen de Vichy, se daba por descontado la inminente ocupación alemana de la ciudad e incluso parecía probable que se bombardease de forma masiva. La forma de actuar de los diferentes personajes, la mayoría burgueses acomodados, durante ese éxodo azaroso por carreteras abarrotadas, con esporádicos ataques de la aviación enemiga, muestra mucha bajeza y escasa grandeza, e ilustra el viejo dicho: "Dame una guerra y te mostraré como es el ser humano".

Aún queda algo pendiente en la franquicia Nemirovsky: llevar al cine su propia vida. Hay un sólido punto de partida: la biografía, que utilizando la primera persona del singular, publicó Elisabeth en 1992, cuando la obra literaria de su madre estaba sumida aún en el olvido. La tituló El mirador: memorias soñadas. Tres años después llegó la edición española de Circe. No la he leído, pero me temo que tendrá un tono hagiográfico. Y eso es justo de lo que se debería huir si se quiere construir una gran película de una vida más de novela que las propias novelas de la autora de Suite francesa.

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