Luis Sepúlveda

Fábula del sapo

Hace un par de días llegó hasta mi jardín un sapo, feo, verde y viscoso, pero sapo a fin de cuentas y con derecho a vivir también bajo el refrescante follaje. Así argumentaron mis dos perros y el gato, y de inmediato lo instruyeron en las reglas generales de convivencia. Se trata de no jorobarnos los unos a los otros y de colaborar a la mantención del habitat. Nosotros, por ejemplo, mantenemos alejados a los cacos, señaló un perro. El gato detalló su tarea de mantener la alacena libre de ratas, y el otro perro, más didáctico, le explicó los acuerdos suscritos conmigo. El tío no nos pega, nos alimenta, dejamos que se sienta nuestro amo y nosotros, además de cumplir con las tareas asignadas, somos simpáticos, no mordemos ni rasguñamos a las visitas.

Como los perros y el gato creen en la nobleza de ganar el sustento, al sapo lo nombraron inspector general de moscas. Su tarea consistía en tragarse cualquier mosca que se acercara a la casa. El acuerdo funcionó los primeros días, pero descubrí a unas ratas en la alacena, roían con entusiasmo un chorizo, y de inmediato increpé al gato por su negligencia. Esa tarde los animales se reunieron en el patio para tratar el asunto, y uno de los perros tiró a los pies del sapo unas bolsitas de plástico verde que había encontrado en su madriguera. Con esto te sobornaron las ratas, sapo corrupto, ladró el perro. El sapo tomó una de las bolsas, enseñó la ridícula etiqueta en la que se leía "forever sapo" y alegó que eran pellejos comprados con sus ahorros. Como es natural en animales honestos, le exigieron que mostrara las facturas, pero el sapo acusó a un perro de espiar su intimidad, al otro de perseguirlo nada más que por el hecho de ser verde, húmedo y viscoso, y al gato lo denunció como instigador de la violación sistemática de sus derechos batracios. Desde sus escondites, las ratas chillaron que vivían en la peor de las dictaduras y el sapo, envalentonado, afirmó que pediría la colaboración de otras alimañas para terminar con ese régimen soviético.

Los dos perros y el gato se miraron consternados, se sintieron ridículos porque no podían expulsar al sapo del jardín ya que eso sería violar un acuerdo de convivencia, y se sintieron muy tristes cuando el sapo, dirigiéndose al jefe de las ratas, le dijo: amiguito de la cloaca, te quiero un huevo.

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