Luna Miguel

El Óscar a la mejor gresca

A mí me gustó El discurso del rey (pero no lo voy a decir muy alto, que por aquí muerden) aunque no tantísimo como Cisne negro. Esto es como todo: uno tendrá en la mente aquella película triunfadora pero siempre guardará mucho más dentro (y con más estima) aquella otra joya que no alcanzó el premio. Me alegro por Colin Firth, ese hombre, qué enamoradita me ha tenido siempre, desde el Diario de Bridget Jones y Love actually, y qué raro se me hace verle en una película seria, de época, monárquica, sin las tonterías de un Hugh Grant risueño a su alrededor.

Más allá de los Óscar, lo que más me interesa es el lujo. Demasiado lujo, quiero decir: occidente y los premios. Las pasarelas y semanas de moda. Las figurillas doradas. Últimamente nuestras pantallas se han visto asaltadas por las alfombras rojas... que si los premios de cine en Europa, que si los tacones caros y los teatros abarrotados, que qué vestido más bonito llevaba no sé quién, o las polémicas, o los jurados corruptos. Lujo y más lujo hasta el punto de no darnos cuenta de qué está pasando realmente. Parece que cuantos más eventos culturales de este calibre existen en nuestro lado del mundo, más revueltas, manifestaciones y revoluciones se suceden en aquellos otros lugares del mundo que a veces parece que tan poco nos importan.

Alfombra roja para la libertad, piden ellos. Porque el Óscar al más tirano se lo lleva Gadafi, y la mejor trama o guión se debate entre Libia y Egipto. Que Túnez se lo lleva como actor de reparto. Que la mejor banda sonora es la de los disparos desde helicópteros a manifestantes inocentes. Que la mejor gresca es este infierno. Esta contradicción. Este devenir incierto.

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