En la maleta de Zapatero

El fin del mundo de Rubalcaba

"El corazón tiene razones que la razón no entiende", decía el francés Pascal. La política, también, pero sus razones (a veces, es un decir) poco o nada tienen que ver con las de la fuente de vida.

Nunca entendí por qué Joan Mesquida no repitió, por lo menos, en la Dirección General de la Guardia Civil y la Policía: un hombre de peso, preparación exquisita, inteligente, dialogante, sensato, trabajador, prudente y con una trayectoria política larga, positiva y sólida. Sólo había una sombra que, sin ser suya en realidad, podía envolverle y sacarle fuera del Ministerio de Interior: su mandamás.

Alfredo Pérez Rubalcaba no es un jefe cualquiera. Siempre se rodea de gente que no destaca, que no brilla más que por el mero hecho de ir a su lado; y cuando va alguien, porque, generalmente, prefiere ir solo: en el Gobierno de Felipe González; en el partido, cuando el PSOE volvió a la oposición; en el Congreso, de portavoz, y de ministro de Interior.

Pero llegó Mesquida y las cosas cambiaron: el presidente Zapatero lo sacó de Defensa y lo nombró primero, director de la Guardia Civil y, poco después, mando único de la Benemérita y la Policía Nacional. No había precedentes, así que se convirtió en la persona más buscada. Los medios lo querían y él, aunque de forma muy dosificada, los atendía. Y gustó, así que los que conocen a Rubalcaba, nuestro Talleyrand español, supieron enseguida que si repetía al frente de Interior, Mesquida estaba condenado a irse.

Y así fue, aun sabiendo el ministro aspirante a vicepresidente que perdía a un eficaz y leal colaborador. Pero es que Rubalcaba –ojo: un gran ministro y un animal político- es de esas personas que retrataba tan bien el poeta alemán Hebbel cuando decía que se consolarían hasta del fin del mundo con tal de que ellas lo hubiesen anunciado.

Ayer, sin embargo, el presidente Nicolas Sarkozy dio la razón a muchos que piensan como yo e impuso a Joan Mesquida, hoy secretario de Estado de Turismo, la medalla de oficial de la Legión de Honor. No la de "caballero", sino la de "oficial", destinada a gente que lleva muchísimos años dedicada en cuerpo y alma a la lucha antiterrorista, y lo hizo en El Elíseo con sus propias manos de jefe de Estado, pues lo habitual es que sea el embajador de Francia en España quien la imponga en nombre del presidente de la República.

Porque Mesquida, dijo el francés, reforzó "una cooperación ejemplar" con Francia en la durísima batalla de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad de los dos Estados contra ETA, de la que ha sido "uno de los principales actores" con su "autoridad, competencia y sentido del diálogo", remató Sarkozy.

El ex director general de la Guardia Civil y la Policía sólo tuvo palabras de agradecimiento para el presidente y las autoridades francesas, aunque quiso dedicar su condecoración a los dos guardias civiles asesinados por ETA en Capbreton, al sur de Francia, en diciembre de 2007. Fernando Trapero y Raúl Centeno trabajaban, precisamente, en el marco de la cooperación antiterrorista con Francia. Un gesto sabio y de gran calidad humana; no perdamos de vista a Mesquida, protagonista absoluto ayer, a pesar de Rubalcaba.

EL TOLE-TOLE: Tras la dimisión de Bermejo, en el Gobierno y en las filas del PSOE existe un cierto malestar por esa fascinación que ejercen sobre el presidente algunas personas sin trayectoria política previa que, de la noche a la mañana, se convierten en ministros/as y no acaban dando más que problemas. El ex ministro de Justicia fue uno de ellos y muchos socialistas se preguntan ya cuántos inconvenientes se habrían ahorrado si una persona de la trayectoria y eficiencia de Caamaño hubiese cogido el mando de su Departamento actual desde el principio.

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