Fuego amigo

Jou-jou- jou... (un cuento de Navidad)

Su nombre es Abdel Hakîm, y tardó tres años en llegar desde Costa de Marfil, tras pagar a tres mafias, atravesar un desierto calcinante en el que fue robado y abandonado otras tres veces sin agua ni alimentos. En su país, antes de alcanzar la costa española en patera, había sido esclavo y niño soldado. Pero aquí se dio la gran vida.

En España demostró su espléndida instrucción para la huida escapando de la policía a la carrera, varias veces al día, y era conocido en el top manta por su agilidad pasmosa para hacer en segundos un hatillo hermético sin perder uno solo de los cedés.

Era un negro de esos que a primera vista parece que manchan. El tipo ideal, según le dijeron, para hacer de rey Baltasar en la cabalgata del barrio. Cien euros. ¿Cien euros? Tuvieron que repetírselo tres veces. Cien euros por vestirse con capa de falso armiño, una corona de cartón dorado de roscón y hacer llover caramelos sobre las cabezas de los niños.

Hubo en la historia pocos Baltasares más convincentes, más acabados, que Abdel Hakîm. Cuando sonreía desde lo alto de su carroza cutremente majestuosa parecía que le levantaban la tapa al piano, y los ojos transmitían una luz que los niños confundían con estrellas fugaces.

Camuflada entre la muchedumbre de niños y padres, serpenteaba la figura de un Papá Noel sudoroso, seguido de un reno de peluche que no podía con los cuernos.

Al término del desfile, cuando la carroza llegó a cocheras, el reno y Papá Noel cayeron sobre Abdel Hakîm. "¡Quieto! ¡Policía! Ésta es tu última falsificación", le gritó el reno mientras le colocaba las esposas. Camino de la comisaría, el Inspector Noel puso a todo trapo una sirena que parecía sonar algo así como Jou-jou-jou... jou-jou-jou...

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