Fuego amigo

Es cuestión de fe

La celebración madridista ha terminado con un baño de patriotismo casposo, ese nacionalismo inventado de chotis madrileño, en las sedes respectivas de la presidencia de la comunidad -donde aguardaba una Esperanza Aguirre exultante- y el ayuntamiento, donde un Ruiz Gallardón sorbía la felicidad como un niño según se acercaban los jugadores. ¿Y dónde terminó el jolgorio patriotero? Pues en la catedral de Madrid. Allí acudieron los jugadores y directivos a ofrecer la copa a la Virgen de la Almudena, sin que nadie tenga claro si la virgen prefería que hubiese ganado el Barcelona o el Sevilla.

Sé que para un forofo es muy difícil ver la realidad desde este lado de la razón. Pero ni me imagino cuántas neuronas hay que dejar aparcadas para acudir como la cosa más natural, sin morirte de vergüenza, a dar gracias a la virgen de la Almudena... por haber ganado un título de Liga. A pie de altar esperaba el gran talibán arzobispo de Madrid, Antonio Rouco Varela, quien inexplicablemente, en lugar de liarse a hostias con semejante pandilla de multimillonarios que invadían el lugar sagrado para celebrar un nuevo éxito empresarial, les bendijo y dio gracias al Cielo, un Cielo que, como todo el mundo sabe, estaba muy pendiente últimamente sobre cómo coño iba a terminar la Liga de fútbol española. El talibán Rouco, por si alguno de vosotros acaba de venir de Marte y no se había enterado, es el mismo que días atrás amenazó a los curas rojos de la pobre, obrera y marginada parroquia de San Carlos de Borromeo, iglesia cutre que debe tener menos dios y menos virgen que toda una catedral.

Hubo ayer otra resaca, pero esta entre los miembros del gobierno, en torno a otro asunto no menor y cuestión tan de fe como el fútbol: los toros, a raíz de la corrida de Barcelona liderada por la vuelta a los ruedos de José Tomás. La ministra de cultura, Carmen Calvo, defendió la fiesta del toreo, pues para eso le pagan, para que sostenga contra viento y marea que "eso" es cultura; y la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, volvió a recordar su tesis de que ya es hora de ir haciendo reformas legales para acabar con "la fiesta", quizá empezando por prohibir la muerte a sablazos del toro, como ocurre en las corridas en Portugal.

El debate sobre los toros ya lo hemos tenido largamente. Es cuestión de fe, y poco podemos avanzar nuestras trincheras. Pero permitidme una reflexión muy personal. Sólo sé que, como en el caso de las creencias religiosas, me sorprende, me descoloca y me desasosiega el ver cómo gente a la que admiro intelectualmente puede estar empleando la capacidad de razonar de manera tan opuesta a la mía, cuando se supone que utilizamos el mismo instrumento de medir la realidad. Entre ellos están Serrat y Sabina, a los que vi por televisión entusiasmados con el arte de José Tomás, cuando mi herramienta de razonar me dice que lo que estaban disfrutando en aquella plaza no era otra cosa que una extraña y sanguinaria forma de tortura animal legalizada.

Y entre ellos están también mis padres, hermanos, amigos a los que quiero y respeto, cuyas inteligencias claudican cuando llegan al abismo de las creencias, sin cuestionarse, por poner un ejemplo, la existencia de los demonios que antes eran ángeles pero que por culpa de su soberbia perdieron una batalla contra un dios que acabó regalándoles una finca en el infierno para que coleccionaran almas malas y se entretuvieran en torturarlas eternamente, almas como la mía y la tuya. Son los mismos, en cambio, que cuando suscitas una discusión sobre Verdi, Picasso, Gabriel García Márquez, el automóvil, los impuestos, las carreras de caballos o el arte de hacer punto de cruz, sorprendentemente reconoces en ellos el mismo código de razonamiento implantado en el mismo instrumento de pensar, aunque discrepes de sus puntos de vista. Todo un misterio.
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En el 20 Minutos de papel he dejado para hoy esta columna. Ya sabéis que yo, además de bloguero, soy del partido columnista.

¿Será sangre o vino?
La lucha secular de los campesinos contra los intermediarios que se enriquecen a su costa está teniendo estos días tintes revolucionarios en el Languedoc francés. Una autodenominada Unión para la Acción Vitícola está poniendo en el primer aprieto serio al gobierno de Sarkozy. Hartos de que les paguen una miseria por sus uvas, cuando ellos son el primer eslabón del milagro del vino francés, han lanzado su primera advertencia: o suben los precios de las uvas o «correrá sangre». ¿Sangre o vino? Me recuerda la historia de aquel noble que ordena a su criado que le suba de la bodega la única botella que le queda de una añada mítica de la Romanée Conti (12.000 euros la botella). Al cabo de un rato se oye un estrépito de cristales. Cuando baja, alarmado, y ve que un líquido rojo mana por debajo de la puerta de la bodega, levanta los ojos al cielo y reza: «Que sea sangre, Señor, que sea sangre».

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