Fuego amigo

La huelga de celo del comandante

La huelga es un mecanismo de defensa, un derecho fundamental de los trabajadores para corregir los abusos que padecen en las relaciones laborales.

Y como todos los derechos, debe estar sujeto a normas reguladoras para que su uso no suponga en sí mismo un abuso. A veces son las leyes las que fijan esas normas, y otras, el sentido común. Por ejemplo, jamás llegaríamos a entender que un médico de urgencias alegase estar en huelga para dejar de atendernos tras un accidente, o que los huelguistas del Metro (como ya ocurrió) regasen con aceite los pasillos para "dificultar" el acceso de los usuarios, alguno de los cuales terminó ingresando en esas urgencias hospitalarias que por fortuna no estaban en huelga.

Los sindicatos, conscientes de que su utilización abusiva trae el descrédito sobre la clase trabajadora, han procurado siempre dosificarla, con un sentido de la responsabilidad que para sí quisieran muchos patronos. Pero hay un tipo de sindicato, llamado profesional "con clase", como el de los pilotos afiliados al Sepla, que suele utilizar el derecho a la huelga con la frecuencia e intensidad que le viene en gana.

Al igual que Israel elige hospitales y concentraciones humanas para hacer más daño con sus misiles, los señoritos aviadores escogen cuidadosamente los días de mayor concentración de viajeros para que su protesta nos haga el mayor daño posible.

Ellos niegan estar en huelga de celo, pero los retrasos y cancelaciones provocados por ellos en estos días ya afectan a 5.000 vuelos y a 700.000 pasajeros. Los asalariados españoles mejor pagados sólo sueñan con ser clase obrera cuando toca huelga, para subirse el sueldo, y de paso amargarnos impunemente la existencia y entorpecer nuestros desplazamientos en vacaciones. El resto del año sueñan que son comandantes de mentirijillas, con gorra de plato y uniforme de almirante divino de la muerte.

Y mientras, nuestros padres, con el turrón en la mano, esperando que volvamos a casa por Navidad

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