Fuego amigo

La materia de la que está hecho el líder

En situaciones de crisis la población clama por la venida de un líder. La depresión colectiva de Alemania, tras su derrota en la primera guerra mundial y la firma del Tratado de Versalles que consideró humillante, provocó que la población se entregara despreocupadamente en brazos de un líder, tan pronto asomó el bigote en lontananza, aunque apuntara estar dispuesto a llevar al país a una tragedia mayor. Ahora, el fracaso de la economía en manos de los ultra liberales, y el descubrimiento paulatino de la inteligencia tóxica de George W. Bush, aupó a Obama a la presidencia, quizá algo impensable en tiempos de bonanza, por su condición de negro.

Hay casos en que si no se encuentran líderes nuevos, a estrenar, se les rescata de la basura, como un juguete roto fácil de reciclar, o las mondas todavía tiernas de una manzana. Cierta militancia del PP está rebuscando a uno del que se había deshecho, aprovechando que el camión de la basura de la Historia todavía no ha pasado por allí. (Ese servicio funciona francamente mal. Debería pasar con más frecuencia porque la basura se descompone y los juguetes crían herrumbre. Son un peligro para la salud pública).

Pero, ¿de qué materia está hecho un líder? ¿Qué rasgos físicos o intelectuales le adornan? El DRAE dice de él que "es una persona a la que un grupo sigue reconociéndola como jefe", aunque quizá jamás sepamos qué oscuras razones mueven la fe de sus seguidores. La fisiología del gusto es una broma comparada con la fisiología de la fe.

El líder que buscan los nostálgicos del PP es uno que ya hizo todo lo posible por demostrar que no era otra cosa que un impostor, sin talla física ni intelectual, especialmente infradotado para el análisis político, el más chapucero de los adivinos, capaz de falsear las pruebas para justificar una guerra ilegal, o de mentir a todo un país para endilgarle el 11-M a ETA y salvar así su culo. Y sin embargo, a pesar de su empeño en demostrar que es un pobre hombre, un manojo de complejos freudianos, su impecable historial de tramposo no ha sido capaz de empañar y marchitar su liderazgo entre sus fieles.

No importa que la realidad le desmienta día tras día. A un líder se le reconoce precisamente en que es insoluble en el ácido de la verdad. No había armas de destrucción masiva en Irak, ni ETA había puesto las bombas de Atocha, ni él era el milagro, ni es profesor emérito de ninguna universidad de jesuitas, ni le iban a dar una medalla del Congreso, ni habla catalán ni italiano en la intimidad de la ducha, ni quiere que conduzcan por él o que le pongan límite a las copas con las que puede ponerse al volante. Pero nada de ello alarma a sus seguidores.

En el caso del juguete que añora parte de los nostálgicos del PP, tal es su sentido de la oportunidad que bastó con que se postulara como abanderado de la cumbre de escépticos del cambio climático, a celebrar en Nueva York el mes que viene, para que Galicia, la Cornisa Cantábrica y Cataluña se vieran azotadas por fenómenos atmosféricos nunca vistos por estos lares: furiosos vientos huracanados de hasta 200 kilómetros por hora, que derribaron decenas de torres de alta tensión y se llevaron por delante vidas y haciendas.

En eso se distingue la materia de la que está hecho el líder. Que por muy disparatado que sea su ideario, por ridícula que parezca su figura, siempre hay alguien dispuesto a seguirle hasta las mismísimas puertas del infierno o del manicomio. Porque el líder es inatacable por la más corrosiva mezcla de verdad y sentido común que podamos imaginar.

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