Fuego amigo

El fin de la inocencia

Hacerse adulto es una experiencia traumática. Estrenamos la vida llorando, según salimos del seno materno, y atravesamos la adolescencia (que viene del verbo latino "adolescere", sufrir) echando de menos el confortable paraíso perdido que fue la infancia. A partir de ahí todo es nostalgia, es como un continuo emigrar hacia tierras extrañas. El poeta alemán Rainer María Rilke lo decía mucho más categóricamente: "la verdadera patria del hombre es su infancia", y a ella vuelven al final de la vida, buscando refugio, por ejemplo, muchos enfermos de demencia senil.

Pero la infancia es una ilusión óptica, un lugar mitificado que esconde el hecho terrible de que Stalin, Hitler, Franco, Pinochet o Pol Pot también fueron en su día unos niños encantadores que gozaron de su pequeña y feliz patria antes de amargarnos la patria colectiva a todos los demás.

Por eso las películas románticas de final feliz tienen sumo cuidado en acabar justo donde comienza la infancia del amor de los protagonistas. Ni un paso más allá. Porque a partir de ahí comienza el desierto. Una hora más de película, y acabamos viendo a Julieta, en un charco de sangre, asesinada de varias puñaladas por su querido Romeo.

El matrimonio llega a su madurez el día del divorcio, como sucedió con la joven ley de matrimonios homosexuales: hasta que no se planteó la primera demanda de divorcio entre gays, la ley vivía en la infancia. Aquel día me dije que por fin los homosexuales aplicaban la profilaxis de desmitificar el matrimonio, tan románticamente anhelado por ellos, para colocarlo en el apartado de los fríos contratos civiles, cuyos negocios unos días salen bien, y otros, son una ruina.

Bruscamente llegaban a la conclusión de Óscar Wilde: "Bigamia es tener una esposa de más. Monogamia es lo mismo". Llevado a sus términos más trágicos, incluso ha dado un paso adelante en su proceso de madurez, tras conocerse el caso de un hombre asesinado por su marido en Almería. De esta manera ya todo es normal, ya estamos todos en el mismo saco.

Y si lo trasladamos a los partidos políticos, ni te cuento, como el tránsito a la madurez que acaba de sufrir el partido de Rosa Díez.

A la primera disensión, no le tembló el pulso para purgar la Coordinadora Territorial de Aragón porque alguien había tenido la insolencia de pedir listas abiertas para las elecciones. Sólo a un político bisoño se le ocurre pedir tal cosa en el seno de un partido. Es el fin de la inocencia también para un partido que, por su juventud, se creía inmune a la enfermedad de sus semejantes. Abandonada su infancia, la normalidad absoluta ha llegado al fin a los nuevos adolescentes de la vida política. Sean bienvenidos.

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