Fuego amigo

El arte de la provocación

La provocación es un arte. Como el toreo... que decíamos ayer. Por eso el torero compone preciosas posturitas delante del toro, marcando el paquete de su hombría, es decir, por cojones, para provocar la ira del bicho. En la política también hay verdaderos maestros de la provocación, y hay que reconocer que más de uno le echa tantos huevos como los toreros.

Verbi gratia, José María Aznar. No importa que el mundo llore por las esquinas las tasas de paro (si no quieres paro, toma dos tasas), y que hasta la derecha más recalcitrante culpe de la crisis financiera mundial a los delirios inversores de los neocons como él. No importa. El Hombrecillo insufrible se calza la taleguilla de la FAES y anda diciendo por ahí que Europa va por mal camino por su empeño en ayudar a los parados con tanto subsidio de desempleo. Él sabe, porque se lo ha dicho su amigo Bush, que habla con dios, que el subsidio tiene un efecto llamada para los vagos. Así, provocando. Y el personal riéndole las gracias.

Verbi gratia, Juan José Güemes, el consejero de Sanidad de Madrid, que giró visita pastoral al Hospital Severo Ochoa, solamente para provocar a todos sus trabajadores, por chulo, en traje de pocas luces, a pocas semanas de que se inicie el juicio contra su antecesor, Manuel Lamela, aquel que poco menos que acusó de asesino al doctor Montes. Un tipo que va a tener que responder ante un juez, entre otros cargos, por un delito de denuncia falsa. Los toros del Severo Ochoa, modestamente vestidos con bata blanca, más que unos mansos parecían unos santos, como lo demuestra que el tal Güemes saliera por la puerta grande del hospital, con los lolailos engominados en su sitio, sin que nadie le hubiera partido la cara en dos.

De verdad, entre todos van a conseguir que me acaben gustando los toros.

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Meditación para hoy:

En la última cumbre del G-20 se señalaba a los paraísos fiscales como cómplices necesarios en la crisis financiera mundial, pequeños países de alma delincuente como Mónaco, Liechtenstein o alguna isla exótica que aloja más bancos que cocoteros. No como culpables directos, sino por el efecto llamada (como diría también Aznar) que ejercen sobre el dinero opaco, producto de actividades delictivas como el narcotráfico internacional, o la evasión de impuestos y capitales, dinero al que es muy difícil seguir el rastro.

Desde el emperador Vespasiano sabemos que el "dinero no huele" (pecunia non olet), como le recordaba a su hijo Tito, pero también sabemos que tiene color, y eso no hay quien se lo borre. El coordinador general de IU, Cayo Lara, ha tenido una idea ingeniosa para buscarlo: ha pedido un cambio de color para los billetes de 500 (por cierto, ¿de qué color son?), como método para obligar a sus dueños a cambiarlos, y que afloren así los 56.000 millones de euros que se calcula existen en España escondidos bajo el colchón.

Para él, como para mí, esos billetes son como los dioses: todo el mundo asegura que existen pero pocos dicen haberlos visto.

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