Fuego amigo

El derecho al suicidio

El etarra De Juana Chaos se ha quitado la sonda que le alimentaba. Juan Carlos Rodríguez Ibarra le pedía a Rubalcaba, hace un par de días, que no lo dejase morir, no por compasión sino por razones estrictamente políticas, para que ETA no pueda hacer de él un mártir.

Creo que si hiciésemos una encuesta, habría una rara unanimidad entre los españoles en que De Juana Chaos personifica el retrato robot del desalmado, del asesino más cruel que lejos de arrepentirse se alegra del dolor que ha causado, extendiéndolo a los amigos y parientes de la víctima, haciendo burla, además, de la desgracia que ocasiona su acción. Y quizá, analizado fuera del contexto social, la muerte del asesino provocaría en esa mayoría de encuestados un sentimiento de satisfacción no disimulado, de que por fin se ha hecho justicia. Una reacción primaria que se correspondería con el clásico "pues que se muera de una puta vez".

Yo no quisiera proponeros aquí un concurso sobre los buenos o malos sentimientos del ser humano en determinadas circunstancias, pues pondría en un aprieto, para empezar, a los cristianos convencidos, a quienes su dios les exige poner la otra mejilla, no actuar jamás movidos por el odio, y todo ese corpus ideológico que encierra la oración de las oraciones, el Padrenuestro, en el que se solicita a dios que perdone "nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden". Espero, por el bien de todos ellos, que ese dios no se lo tome al pie de la letra, si es que existe, porque el cielo sería entonces un desierto. Y me pondría, además, a mí mismo en un aprieto, porque yo, que ni siquiera estoy sujeto a ese mandamiento cristiano, personalmente derramaría las mismas lágrimas que dediqué a Pinochet y a Franco en su día.

Si consiguiésemos hacer abstracción del personaje y pudiésemos centrarnos en la categoría y no en la anécdota, me gustaría preguntaros vuestra opinión sobre si un juez, o un amigo, o un pariente, o quien tenga facultad para ello, tiene derecho moral para interrumpir una huelga de hambre con alimentación forzada, violentar una decisión personal, un derecho individual a disponer de la propia vida cuando a uno le venga en gana. Podríamos extender la pregunta a otras formas más abreviadas de suicidio, como tirarse desde un puente o tragarse un tubo de somníferos, pero quizá la huelga de hambre tiene unas connotaciones particulares, por lo que supone de reto, de pulso a la sociedad, de lento suicidio no deseado, como una forma diabólica de hacer cómplice de la propia muerte al enemigo, de convertir el suicidio en asesinato.

Confieso que sólo tengo la pregunta y no tengo la respuesta.
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Otra meditación, ésta más facilita: Acabo de oír por la radio que existe una Asociación de «Víctimas de las Supuestas Apariciones de El Escorial». Se formó a finales del año pasado para aglutinar a los familiares abducidos por lo que parece ser una secta: la «Fundación Pía Virgen de los Dolores», surgida tras las supuestas apariciones de la Virgen en la localidad madrileña de El Escorial, y encargada de mantener a flote el negocio de las piadosas visiones celestiales. Esta asociación de víctimas acaba de denunciar que los visionarios de El Escorial utilizan a sus parientes para otros menesteres menos santos, como es llevarlos en masa a las manifestaciones de otra Asociación de Víctimas (¡la Virgen, qué lío!): la gobernada por el ultraderechista Alcaraz. Desde que las monjitas que regentan los asilos aprendieron a arrastrar a los ancianos en silla de ruedas a votar por la derecha, no se había visto un alineamiento político más descarado por parte del Cielo. Así cualquiera gana las elecciones.

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