Fuego amigo

La dura vida del figurante

En los años del hambre, cuando Hollywood desembarcaba en España para una superproducción, como la de El Cid, no se hacían casting para contratar extras. Cogían al primero que se presentaba, porque los españoles todos teníamos pinta de gente de pueblo ya desde el nacimiento. Hacer de chusma zarrapastrosa no significaba ningún esfuerzo personal, porque el pueblo llano venía así de fábrica.

Así como en Almería se contrata hoy mano de obra barata para recoger el tomate, toda una generación de almerienses autóctonos, tan pobres como los africanos de hoy, participó de figurante alguna vez en la industria cinematográfica del western y de las cuadrigas romanas. Cuando aún hoy contemplo las muchedumbres de las superproducciones de entonces, veo a la gente muy natural, muy metida en su papel.

Como cuando el régimen de Franco llenaba la plaza de Oriente con miles de paisanos hambrientos, acarreados en autocares, a los que se premiaba con un bocadillo. Eran los extras mal pagados del fascismo.

En Galicia, el Partido Popular llenaba la plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela con jubilados a los que se les llevaba de excursión desde todas las aldeas, a condición de que hicieran de extras en la superproducción del superhéroe Manuel Fraga, con música ambiental de cientos de gaiteiros.

Estos de la derechona son los genios del casting. Aznar rellenaba con ujieres y viandantes el aforo de alguna conferencia suya en Georgetown. Y ahora sabemos que el PP de Valencia completó el mitin glorioso de Rajoy con latinoamericanos y rumanos en paro, llevados con engaños, a los que se prometió falsamente, no un bocata, sino un futuro trabajo. Antes les daban un bocadillo de chorizo; ahora, falsas promesas, porque son los chorizos los que mandan.

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