Fuego amigo

El irresistible encanto de la corrupción

La santidad sólo sirve para ganar el cielo. Pero en la Tierra es un estorbo, como la virginidad, o, al menos, un aburrimiento. Ya lo decía el duce Benito Berlusconi: "No soy un santo". Y dicho esto, se embarcó en un yate con una congregación de izas, rabizas y colipoterras, a cada cual más hermosa, para engolfarse en el pecado carnal, acunado por las ondas marinas. Porque él leyó, seguramente, al periodista del XIX Remy de Gourmont, quien sospechaba que, de todas las aberraciones sexuales, la más singular tal vez sea la castidad.

Su imagen quizá haya decaído un poco entre las mujeres italianas, pero es alimento de fantasías sexuales secretas para sus maridos, que siguen votándole con devoción. A través de su imperio mediático mantiene en la ignorancia a más de media Italia, y ha moldeado el Código Civil a su conveniencia para evitar la cárcel en las múltiples denuncias que le han acosado en los últimos años.

Él es el ejemplo a seguir para otras derechas europeas, la demostración de que por mucho que robes o atropelles las libertades, tus votantes permanecen encadenados, por una fuerza invisible, a tus encantos. Debía de tener razón Nietzsche cuando avisaba de que un hombre parece tener más carácter cuando sigue su temperamento que cuando sigue sus principios. Y Berlusconi no les falla.

De la misma manera que en España tampoco venden gran cosa los principios. Según el último barómetro del CIS, el PP ya tiene el 40,2% de intención de voto, un 1,2% más que los socialistas. España va bien.

Ya hace tiempo que sospechábamos que la corrupción ejerce un atractivo secreto sobre sus votantes. Así que, por favor, que acaben las investigaciones sobre el Partido Presunto, o termina ganando por goleada.

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Meditación para hoy:

No hay nada que más ofenda a un patriota que le toques un pelo a su bandera y a su himno y que le subas los impuestos. Y no necesariamente por ese orden. Por eso los paraísos fiscales rebosan de patrióticos empresarios y deportistas multimillonarios que pasean con honor sus cuentas corrientes particulares y nuestros himnos y banderas por todo el planeta.

La patriota Esperanza Aguirre está indignada porque al ganador del Tour de Francia, Alberto Contador, madrileño como la lideresa, le entregaron el trofeo al son del himno de Dinamarca. Un error tonto que, según Esperanza, hubiese provocado un conflicto diplomático si hubiera ocurrido con un corredor francés, por ejemplo.

Un conflicto diplomático por un himno. O por un trapo sagrado. Esa es la prueba del algodón de que el patriotismo, ese sentimiento que decrece proporcionalmente a lo cerca que estés del campo de batalla, es, con las religiones, un sentimiento altamente tóxico.

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