Fuego amigo

La revolución pendiente abajo

El alcalde de Alhaurín, tras ser detenido por presuntos delitos de cohecho y prevaricación, dejó al viento, entre otras perlas, que España necesita una revolución para echar a los socialistas del poder. Cuando oigo a la derecha hablar de que hay que hacer una revolución, se me abren las carnes, porque vaya usted a saber qué entienden por revolución los conservadores.

Que se sepa hasta ahora, para un conservador, por principio, una revolución es una involución. A los falangistas del joven Aznar de Valladolid les gustaba jugar en su imaginación a la ruleta rusa de la revolución pendiente, la que dejaron pendiente para otro día después de que el régimen de Franco unificara los partidos fascistas de Onésimo Redondo y de José Antonio Primo de Rivera, domesticados ambos partidos con sillones, despachos suntuosos, prebendas y el gobierno absoluto de los sindicatos verticales, aquella parodia sindical creada para mofa y control de la clase obrera.

También el alcalde de Alhaurín tiene pendiente su revolución, aunque asegura que se siente respaldado en esta aventura por su partido, el PP. Ya tiene medio camino andado. Por ahora, la extrema derecha que anida en Génova 13 rue del Percebe no le da la razón ni se la quita, sufre en silencio esa especie de almorrana que le salió en Alhaurín, mientras empolla los huevos de esta semana que comienza. Durante los fines de semana, el departamento de guiones trabaja a medio gas, digiriendo en pesada digestión, tal vez, una encuesta desfavorable más, la del diario La Vanguardia.

Porque el alcalde lo ha dicho muy claro, su detención no es un ataque contra él sino contra el PP. ¿No se merecía esta afirmación un desmentido o una confirmación por parte de Rajoy o Acebes? ¿Qué quería insinuar, que el presunto cohecho y prevaricación tenía como destino el convento común, al que todo le aprovecha, y que lo hacía con el consentimiento o el aliento de la dirección nacional? Y si no es así, ¿es que hay derecho a que un partido democrático vea ensombrecida su impecable historia de honradez por culpa de la maledicencia de un presunto delincuente? (¡Jó, cómo me ha quedado!)

Tan grandes fueron sus gritos llamando a la revolución, que al día siguiente se lo tomaban al pie de la letra un centenar de jóvenes en Alcorcón, un pueblo dormitorio de Madrid en el que, sin embargo, no durmió ni dios ayer, y que, según las últimas y alarmantes noticias, tampoco lo hará esta madrugada (os dejo este post al filo de la medianoche. Latin kings contra autóctonos, con gritos y consignas racistas que corrieron como la pólvora por los foros de internet y los sms de los teléfonos móviles. En el momento en que os escribo, la policía está interviniendo para que no haya más sangre, pues ya se han visto armas de fuego, navajas, catanas y bates de béisbol. "No sabemos qué puede haber pasado. Esto es realmente sorprendente", decía a última hora de la noche el director de Seguridad del Ayuntamiento de Alcorcón.

Esa de Madrid es una revolución convocada por sms, la moderna e imprevisible arma mediática del "pásalo". En Euskadi, en cambio, la revolución tiene un frente consolidado y continúa en sus formas más crudas y violentas de kale borroka, con sucursales bancarias quemadas y sedes de partidos atacadas. En ambos brotes "revolucionarios" subyace el ultranacionalismo, son jóvenes que, al contrario de lo que ocurría con los mentores del alcalde de Alhaurín el Grande, no quieren dejar pendiente para otro día ninguna revolución.

Así que le recomiendo al presunto prevaricador que no juegue con las palabras, que a veces son como cerillas de consecuencias imprevisibles. Dejemos que las revoluciones continúen pendientes, al menos mientras no nos pongamos de acuerdo contra quién y contra qué hay que hacer la revolución.

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