Fuego amigo

No se debe asesinar nunca a mujeres embarazadas

Intento meterme en la piel de un católico como José Bono, convencido él de que, si desobedece a un farsante como el obispo Martínez Camino, puede ser condenado al infierno. Intento meterme en la piel de los que tienen la desgracia de creer en el infierno, y en la de los socialistas católicos que han sido amenazados por un obispo que nunca tuvo el menor reparo en dar la comunión a los diputados católicos del PP, partido que no tocó una coma a la ley de despenalización del aborto todavía vigente.

José Bono se duele de que a él y a varios de sus compañeros se les pueda negar la comunión por votar la reforma de la ley, mientras el farsante de Roma, Juan Pablo II, iba repartiendo impúdicamente comuniones a los dictadores más sangrientos de Latinoamérica.

Nuestro farsante particular de la Conferencia Episcopal Española no pronunció ni una sola palabra sobre el comportamiento criminal y de disimulo de la iglesia de Irlanda durante décadas, una organización criminal que amparó y ocultó los crímenes de sus curas pederastas, ni pedirá jamás perdón por el encubrimiento de la Iglesia de los regímenes asesinos de Latinoamérica.

Cita Bono a Pinochet, condenado por la justicia como inductor de miles de asesinatos, desapariciones y robo de las arcas públicas.

Le puedo recordar a Bono que el Papa Juan Pablo II (al que quería todo el mundo aunque sólo fuera porque rimaba) también dio la comunión a Jorge Videla, el golpista dictador argentino, igual de empecinado en la conculcación de los Derechos Humanos. Recuerdo ver en televisión el rostro místico de Videla sacando su lengüetita para recibir la hostia que el Papa nos daba a todos en su maldita lengua.

Y que tampoco olvide Bono a Efraín Ríos Montt, el dictador de Guatemala, al que se le imputa un genocidio de no menos de 200.000 indígenas, que ejecutó sin piedad a varios adversarios políticos una semana antes de recibir con los brazos abiertos a Juan Pablo II, el redentor de los pueblos.

Ello no impidió que el Papa le diera la comunión, quizá porque, en la mentalidad extravagante del polaco, el dictador había tenido un cuidado exquisito en no asesinar jamás a mujeres gestantes.

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