Fuego amigo

La monarquía es igual de útil que el apéndice

Reconozco la opinión muy extendida de que en España hay muchos más juancarlistas que monárquicos. Si hubiese elecciones para rey, los especialistas en demoscopia nos explicarían que Juan Carlos Primero (y doña Sofía Después, como decían Tip y Coll) se había llevado los votos de los monárquicos, de los conservadores nostálgicos del franquismo, y de una izquierda difusa antimonárquica pero agradecida a su labor en la Transición y, sobre todo, a su papel decisivo (oscuro, bien es cierto) en los sucesos del golpe de estado del 23-F.

Yo, que soy ateo, encuentro mucho más difícil explicar a mi amigo marciano la existencia de la monarquía, sea o no parlamentaria, que la del amigo invisible del cielo. Cierto que ambas entelequias se explican por el miedo: una, al más allá, y la otra, al más acá. Después de la muerte no hay nada, porque la vida es un accidente, y no al revés, como pretenden hacernos creer. ¿Pero qué hay después de la monarquía?

Cuando nos quieren meter miedo, siempre hay un listo que nos recuerda que después de la monarquía podría haber un presidente como José María Aznar. ¿Lo veis? Siempre apelando al miedo. Pero sabemos por experiencia que un rey es como el apéndice, que no sirve para nada, y se puede vivir sin él. Es más, cuando se corrompe, se inflama, y nuestras vidas corren peligro.

Mientras ponemos fecha al día de la operación, me apunto a la campaña de firmas iniciada por el PCE para solicitar que la Casa Real justifique, al menos, en qué se gasta los casi 9 millones de euros anuales de asignación, para saber así dónde podríamos ahorrar.

Si después José Blanco consigue arañar un poco del sueldo de los controladores aéreos, ya tendríamos encarrilada la salida de la crisis.

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