Fuego amigo

La declinante monarquía revolucionaria

Cuba dice tener una revolución permanente, que en política viene a ser como la pescadilla que se muerde la cola. En España, los revolucionarios fascistas que se levantaron en armas en 1936 se pasaron cuarenta años con lo que ellos llamaban "la revolución pendiente". De esta manera, dejándola pendiente sine die, no era necesario poner en marcha la molesta contrarrevolución año tras año. Porque las revoluciones, por su naturaleza revolucionaria intrínseca, se pasan el día revisando sus propios objetivos hasta que llegan a la conclusión de que la revolución es el mayor enemigo de la revolución.

Las colas obreras de los revolucionarios de la Rusia de1917 terminaron enrolladas en las fauces de las clases dirigentes que se tragaron varios millones de ese material humano que ellos gustan en llamar disidentes. Años más tarde, en la China de Mao, la famosa Banda de los Cuatro elevó la fórmula a su más exquisita perfección con el invento de la Revolución Cultural, una orgía de sangre y lágrimas sólo comparable a la del revolucionario Pol Pot en Camboya que lanzó a sus jemeres rojos a liquidar a la mitad de la población que no era lo suficientemente revolucionaria.

Lo más difícil parece ser el distinguir hasta cuándo un revolucionario es revolucionario y cuándo es ya un conservador de la revolución. La dictadura cubana todavía no lo ha aprendido. Allí la revolución se hereda por vínculos de sangre, como las monarquías, hasta perder la sensibilidad y la razón.

Ayer moría en huelga de hambre uno de sus disidentes encarcelado por delitos de opinión. Es de esos días en que me cuesta lo indecible explicarle a mi marciano por qué soy de izquierdas.

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