Fuego amigo

Señor, ¡está en tus manos, y no haces nada!

Las manifestaciones son como una democracia popular. Cada manifestante, un voto. Con la particularidad de que los votantes pueden votar varias veces, llevándose a la mani a sus hijos, a sus parejas, a sus ancianos padres, a sus empleados... Y ahora en que hasta empresas especializadas en contar personas han dejado obsoletos los cálculos de aficionado de los convocantes o de la policía municipal, por exagerados y faltos de rigor, apenas queda otra opción, como en el sexo (el otro terreno de la exageración): cuanto más larga tengas la pancarta, más razón.

Los hilos que han movido las manifestaciones callejeras contra el aborto y otras medidas sociales del gobierno han sido manejados por fuerzas extraparlamentarias que no han podido alcanzar un asiento en el Parlamento por medio del voto o del dedo del dictador, como la Iglesia Católica que ya no tiene sillón en la bancada del Congreso (la verdad es que los cardenales le daban un bonito color rosa púrpura al hemiciclo, como Rosa Díez), o como la extrema derecha, al estilo de HazmeReír, falangistas y demás acosadores de jueces campeadores.

Todos ellos ultracatólicos con derecho a manifestación, pero que están dirigiendo sus protestas a la persona equivocada. Zapatero no puede solucionar sus problemas, por dos razones: porque no es dios, y porque está pillado por sus promesas electorales. En cambio, los de la secta tienen de amigo al hombre invisible, el creador todopoderoso de esto que vemos, que si quisiera podría solucionarlo en un pispás.

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Propongo, pues, una manifestación ante todas las iglesias del mundo, con nuestros niños, nuestras monjitas, nuestros curas pederastas, nuestras viejecitas de collares de perlas tintineantes, todos cogidos de la mano, para gritarle al pedazo de inútil de dios que no sea cobarde y asesino (como así gustaban de llamar a Zapatero), y exigirle con las mismas no sólo la desaparición del aborto, sino de las circunstancias que abocan a que una mujer tenga que tomar la decisión de abortar, la eliminación del hambre, de la pobreza, de la tortura, de las enfermedades, de la muerte, de la violación de los derechos humanos.

Y así, todos unidos bajo grandes pancartas (coloxales), elevaríamos nuestros gritos de denuncia a los cielos donde habitan los dioses, utilizando ese nuevo lema de la Conferencia Episcopal, tan bonito: "¡Es mi vida, está en tus manos", dios mío, y no haces nada por arreglarlo!

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