Fuego amigo

Dios ya sabrá cuáles son los buenos

Tengo un asesor político, como otros tenéis en plantilla un asesor fiscal, un abogado o un psiquiatra para vuestra tranquilidad y provecho. Me lleva de la mano en la lectura de los periódicos y me da masajes en la espalda cuando me enfrento a la dura tarea de contemplar los telediarios o una sesión del Congreso. Es el sustituto de mi madre, que a las primeras lágrimas de pena o de terror me tomaba en brazos y me explicaba cariñosamente que aquellos muñecos de guiñol no eran personas de verdad, que el malvado Barrigaverde nunca gana, que todo eso era puro teatro, mi niño.

Por mi asesor sé que las sesiones de preguntas parlamentarias son también puro teatro. Pero, aún sabiéndolo, es cuando más necesito de su cobijo. En la de esta semana, cuando el profeta de las catástrofes desgranaba datos en el Congreso, uno tras otro, sobre el fin de los tiempos (¿de qué material estará hecha España que se está hundiendo desde que el PP perdió las elecciones y todavía continúa a flote?), lo peor no era la descripción detallada del Apocalipsis, sino que toda la bancada del Partido Popular aplaudía con fervor, sin que yo lograra comprender por qué reían y se alegraban con tanto alborozo de las lúgubres profecías.

¿De qué se reían, asesor mío, por qué esa expresión de felicidad creciente ante las malas noticias del déficit público, del paro, o de la competitividad?

¿Será porque no les importa que España se hunda, pues ellos esconden un salvavidas en la manga de sus cuentas corrientes?

¿Será porque, como los terroristas suicidas, prefieren inmolarse con la bomba de la crisis y llevarse por delante a los rojos, separatistas y ateos que habitan su mismo suelo... que dios ya sabrá cuáles son los buenos?

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