Ayer hablaba de ese inquietante escenario futuro, que ahora nos parece de ciencia ficción, en el que una policía genética se encargaría de detectar esos genes que nos delatan como posibles delincuentes. Pero lo cierto es que no es necesaria tanta sofisticación para la detección de la delincuencia. Los genes de los grandes chorizos suelen estar impresos en los bancos, fácilmente detectables por el estado de salud de sus cuentas corrientes. A esos depósitos bancarios suele ocurrirles lo que al hígado de las ocas, que cuanto más inflamados están, más ricos resultan. Y hay que ser un insensato para no alarmarse por tan peligrosa inflamación.

La copla popular y las murmuraciones suelen ir muy por delante de la policía. Fortunas inexplicables, trenes de vida sospechosos, capitales fabulosos ahorrados tacita a tacita con un sueldo modesto suelen levantar la alarma colectiva antes de que un juez mueva un dedo: ¿Dónde se mete la chica del diecisiete?/¿De dónde saca pa tanto como destaca?

La chica del trece (calle Génova de Madrid) llevaba una vida tan exagerada como la del diecisiete, pero nadie parecía enterarse. Hasta que llegó el juez Pedreira y se preguntó por cientos de cuentas bancarias, en especial tres de ellas a nombre del PP nacional, relacionadas con la trama Gürtel. ¿Comienza el primer capítulo de la demostración de la financiación ilegal de ese partido?

Regalos de trajes, bolsos, relojes, coches de lujo, viajes... todos parecían vivir como la Malvaloca de la copla: Malvaloca luce/pulseras y anillos/que un día tras otro/le trae Miguel./Y toda Sevilla/comenta en corrillos/que de dónde saca/pa tanto parné.

¿No sería bueno que los jueces se quedaran con la copla?