Fuego amigo

Que sepas que al final la vas a pagar

Cuando nació el primer diario gratuito en España, el que luego se llamaría 20Minutos, la gente se preguntaba: si es gratuito, ¿cómo se financia? Pues con la publicidad, como los demás diarios, como la televisión y la radio, respondían sus promotores. La cultura de la gratuidad estaba tan arraigada entre nosotros que pocos lectores se habían parado a pensar que el precio de un diario no se acerca, ni de lejos, al euro que deben pagar en el kiosco.

Y lo gratis cuesta, en realidad, una pasta gansa. Ahora que el nuevo fenómeno de Internet ha sacralizado la cultura del todo gratis, con esa orgía de la gratuidad que es el P2P, que tan de cabeza trae a la SGAE, los medios de comunicación se devanan los sesos buscando métodos para convencer al destinatario de que tiene que pagar parte del coste de producción. Pero Internet es como el manzano del vecino, cuyas ramas caen sobre el camino: son frutos sin dueño, de todo viandante que pase bajo su sombra.

Lo gratuito, pues, parece no tener valor. Ciertos bodegueros "mejoran" sus vinos fijando un precio disparatado a un producto mediocre, para consumo de los ignorantes que confunden valor y precio, mientras durante años en España el agua parecía venir de regalo a través del grifo.

En el caso de la Sanidad pública, sabemos lo que nos costó el taxi al hospital, pero desconocemos el precio real de la operación de apendicitis (2.600 euros) que nos llevó hasta allí. La idea del Gobierno de extender una factura ficticia para que los usuarios conozcamos el coste real de nuestra estancia en un hospital nos ayudará comprender que no es gratis ni el oxígeno que respiramos.

Que sepas que, al final, te mueras o te cures, la vas a pagar.

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