Fuego amigo

Bienvenido, presunto genocida

El concepto de nación, como bien se deduce del debate sobre el Estatuto de Cataluña, tiene una difusa y controvertida definición. Para unos engloba un lugar físico sin más, y para otros representa una comunidad sociocultural, una suma de anhelos, lenguas, y hasta razas y religiones comunes que conforman un cuerpo único.

Un cuerpo complejo, suma de miles o millones de individualidades, al que se le permite un comportamiento que jamás se consentiría a cada individuo. Por la defensa del concepto de nación se puede echar mano de la violencia armada, se puede consentir la pobreza y el hambre de los vecinos para no poner en peligro el nivel de vida propio, se defiende la democracia interna mientras se negocia y comprende, por este orden, a los regímenes totalitarios, o se ponen murallas arancelarias que agrandan la pobreza de los países en vías de desarrollo.

De esta manera, tenemos el campo abierto para ser comprensivos con Cuba, China, Argelia o Guinea Ecuatorial, porque no es bueno ni rentable aplicar la moral privada a la res pública. Y para muestra, un botón: Rodríguez Zapatero va a recibir oficialmente a un presunto genocida, el presidente de Ruanda, Paul Kagame, que, por suerte para él, goza de la inmunidad inherente a su cargo, pero a quien la Audiencia Nacional acusa de diseñar y preparar en reuniones secretas con otros militares el mayor genocidio del que se tiene noticia después del holocausto judío.

Mientras España dicta en 2008 una orden de captura contra 40 de sus compinches, cuya guerra segó la vida de 2 millones de ruandeses y 5 de congoleños, dos años después es Zapatero, y no la policía, quien recibe al presunto genocida. Curioso, más que nada.

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