Fuego amigo

Si yo creyera...

Si yo creyera que con tan solo unas palabras mágicas podía hacer descender a dios y encerrarlo en un pedazo de pan... si yo creyera que con una simple bendición era capaz de perdonar los pecados más nefandos contra la humanidad, el robo, la violación, el asesinato, la tortura... si yo creyera haber heredado semejantes poderes por el solo hecho de que otros brujos anteriores a mí me los transmitieron con otra bendición... si yo creyera que los que no creen son precisamente los imbéciles que por descreídos van a arder en los infiernos eternamente... si yo creyera todo eso, os confieso que me importarían un bledo las leyes de los hombres, los jueces y su justicia humana, y miraría por encima del hombro, en una mezcla de desprecio y pena, a los laicos ignorantes que pretenden encasillarme en sus normas de convivencia, como si a los simples mortales les estuviese permitido poner coto a los hombres elegidos por dios. Por dios.

Por eso comprendo perfectamente esa cara resabiada de burlón del portavoz de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez, un poco asombrado de que los jueces hayan abierto un proceso al arzobispo de Granada por supuestas coacciones, a un obispo, al pastor, las ovejas descarriadas exigiéndole cuentas al pastor. ¿En qué cabeza cabe que un obispo pueda cometer el pecado (nosotros, en la Tierra, lo llamamos delito) de coacciones contra un hermano? ¿Cómo alguien que todas las mañanas tiene al mismísimo dios entre sus manos va a ser un delincuente en sus horas libres? Los jueces, dijo el jesuita portavoz, "no pueden ni deben gobernar la Iglesia". Que quede claro.

Si yo creyese tener poderes sobrenaturales, por supuesto que no consentiría que gobernasen mi Iglesia, pues sólo yo, gracias a la inspiración y al respaldo de la instancia superior, tengo la facultad de gobernar a los jueces a través de sectas como el Opus Dei, conseguir privilegios para mi asignatura de adoctrinamiento religioso al margen de los derechos consolidados de los trabajadores, disfrutar de un régimen económico y de unas prerrogativas que rozan, si no vulneran abiertamente, la Constitución, entrometerme en si España es una, grande, libre, indivisible o plural, afiliarme al Partido Popular o al de Le Pen, si me sale de mi virginal entrepierna. Porque mi reino no es de este mundo, y bastante tengo con aguantaros en este breve lapso de tiempo que queda para arreglar cuentas con vosotros en la otra vida.

Y además, como hacen los obispos canarios con la chulería que les caracteriza, despediría cuantas veces fuese necesario (van seis solamente) a los profesores de religión díscolos, porque no hay juez que le llegue a la altura de los zapatos a ese dios mañanero que me saco de la manga en cada misa. Y lo digo totalmente en serio: creer en todo eso debe de afectar en alguna medida a la facultad de razonar, como los grandes traumas causan estragos indelebles en las mentes de quienes los sufren. Lo que queda en pie del cerebro bastante trabajo tiene con la tarea de seguir viviendo.

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Meditación para hoy: Extraordinaria la entereza de María San Gil, la presidenta del PP en el País Vasco, ante el asesino de Gregorio Ordóñez, en el juicio de la Audiencia Nacional. Las imágenes del presunto asesino, Txapote, frío, burlón, desafiante y sin el menor síntoma de arrepentimiento, son la mejor campaña de desprestigio contra la banda terrorista. ¿De qué nos podría salvar un personaje tan siniestro?

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