Fuego amigo

El motín del té está entre nosotros

Una exposición en Alemania intenta explicar estos días, a las generaciones que no han vivido el nazismo, cómo el autor de Mein Kampf, un psicópata cuyo libro podría colocarse al nivel intelectual del Camino de Escrivá de Balaguer, pudo arrastrar con sus majaderías a las masas hasta despojarlas del más leve sentido crítico. En el caso del ideario de Hitler, se trata de dilucidar cuál es el ingrediente hipnótico del nazismo y la xenofobia que tan irresistible y catastrófico acabó siendo para sus contemporáneos.

La doctrina que tiñó de sangre a Alemania, Italia y España por entonces, con salpicaduras en los Balcanes muchos años después, comienza infectando la vida de las naciones como un pequeño virus, brazo en alto, al que nadie concede importancia en principio porque sus apologetas son personajes de apariencia ridícula, histriónicos, payasos grandilocuentes, aparentemente inofensivos de disparatados que son, pero cuya infección acaba haciendo metástasis en la parte del cuerpo social más debilitada por las consecuencias de la crisis.

Comenzamos acogiendo a una sucursal del fascistoide movimiento Tea Party, con Esperanza Aguirre a la cabeza, y acabamos dejando que Josep Anglada, líder del partido de ultraderecha Plataforma per Catalunya, llene locales públicos, como un Primo de Rivera cualquiera, para hacer apología del racismo, llamando a las masas a expulsar a los musulmanes de  España, sin que, inexplicablemente, la fiscalía general de un estado democrático mueva un solo dedo para ponerlo en manos del juez.

Estamos tan acostumbrados a la apología diaria del ideario fascista desde las radios y televisiones del Tea Party hispano, que confían en que nadie se va a alarmar cuando un nuevo führer se presente cualquier tarde de estas, acompañado de los matones de su partida de la porra, a tomar el famoso té en nuestras casas.

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