Fuego amigo

Presos de la libertad

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La libertad es una mercancía moral con la que han comercializado todos los regímenes políticos. La esperanza para unos, la enemiga para otros. La Alemania nazi era tan consciente de que la libertad suponía una amenaza para la estabilidad de su régimen que se burlaba de ella hasta en los campos de exterminio, donde los presos eran recibidos con el famoso Arbeit macht frei, el trabajo os hace libres, escrito en el frontispicio de la entrada. Luego estaba el ¿Libertad para qué? de Lenin, que al cabo de los años sirvió de tranquilizante, como texto sagrado, para los más cínicos defensores del resto de las dictaduras.

El concepto de libertad le sirve a las religiones tanto para un roto como para un descosido: no se puede utilizar para disentir del dogma, pero sí para disculpar la crueldad de sus dioses que permiten que vivamos en el pecado (sólo hay que mirarme a mí), aunque el ejercicio de nuestra libertad nos lleve a la condenación.

La libertad de conciencia, de expresión, de movimiento, son los instrumentos con los que se mide el grado de salubridad democrática de las naciones. Sin libertad de expresión, el régimen del sátrapa de Marruecos tiene las manos libres para cometer todo tipo de tropelías, sin testigos molestos, sin necesidad de dar explicaciones a su pueblo. Por eso busca, casa por casa de El Aaiún, a quienes puedan retransmitir al mundo el infierno de represión que está viviendo el pueblo saharaui.

En el caso de Cuba, nos cambian la falta de libertades por otros logros sociales, como una sanidad y una enseñanza universales, como si fuesen cupones intercambiables, como si la carencia de unos pudiera quedar justificada por la existencia de otros. Allí los disidentes también adquieren la categoría de delincuentes.

A la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, los generales birmanos la encerraron durante quince años con la disculpa de defender así a su pueblo de su temible influencia. Comparte con el Nobel de la Paz chino y con los disidentes cubanos el mismo "delito", el de exigir un régimen democrático para su país. Y como no podía ser menos, todos los disidentes de todas las patrias reciben el mismo tratamiento y consideración por parte de los dictadores: son delincuentes, y casi siempre, para mayor escarnio, delincuentes comunes.

Ahora a la delincuente Aung San Suu Kyi le han levantado el arresto domiciliario, a sabiendas de su propensión al delito recurrente de pedir libertad y justicia para su pueblo. A ver cuánto dura su libertad de expresión, el corrosivo más virulento que existe contra las dictaduras.

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