Fuego amigo

Hay que ser animales

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Entre los animales, el patrón de la belleza está directamente relacionado con la salud y la buena forma física, una manera de asegurarse la mejor elección para perpetuar los genes. En los llamados animales inferiores, y hablo de memoria, es a los machos a los que está encomendada la tarea publicitaria, la de pavonearse -como los pavos- ante las hembras, sacando pecho, inflando el plumaje, haciendo acopio de baratijas para engalanar el nido, berreando con voz de barítono, y esas maravillosas tonterías que hay que hacer para echar un polvo.

De esta manera, la hembra sabe ya desde la distancia que la belleza y la potencia física significan salud, sin necesidad de someter a su pretendiente a un chequeo médico engorroso. Por el contrario, como dice el diccionario de la RAE, la fealdad la consideramos como algo asimilado a la "torpeza, deshonestidad, acción indigna y que parece mal". Entre los seres humanos, cuanto más cerca estamos de la animalidad, más tendemos a identificar la belleza por los rasgos externos: sólo la gente inteligente, como mi santa, es capaz de prescindir de ese detalle y entrever la belleza que tan secretamente atesoro.

Por lo que sé a través de los medios de comunicación, las discotecas están gobernadas por animales machos que utilizan la misma técnica: sólo dejan pasar a quienes les parecen suficientemente guapos, ya sea por su vestimenta, por el color de su piel u otros rasgos físicos. De vez en cuando, como ocurrió recientemente en Alicante, impiden pasar a los que padecen síndrome de Down, porque no encajan bien en su patrón de belleza.

Y aunque os parezca mentira, los gorilas de la puerta sí pueden pasar. ¡Es que hay que ser animales!

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