Fuego amigo

Del movimiento nacional al movimiento de vientre

Hablábamos el otro día del tercer poder del estado, el judicial, y sus extrañas y divergentes sentencias, atendiendo a sus alineamientos políticos o religiosos, según sean las convicciones personales de cada juez. Pero el cuarto poder, o sea la prensa, cumple a rajatabla con el guión, y se posiciona también en trincheras diferentes, a veces de manera sutil y otras, descarada. Y más aun en tiempos de elecciones, donde tiene asignado un papel fundamental en la propagación de las diferentes doctrinas. Así es siempre y en todas las sociedades democráticas con libertad de prensa y de expresión.
En los años de la dictadura los periodistas lo teníamos mucho más fácil: estábamos siempre del lado de los buenos, y no había más que discutir, como diría Fraga Iribarne (uno de los buenos, precisamente). Cuentan del director de un diario gallego en los primeros años de posguerra que pasó toda una noche en vela, devorado por los nervios, esperando en el kiosco la llegada del primer número del periódico de la competencia. De ese nuevo y misterioso periódico no se sabía ni el formato. Le acompañaba un grupo de redactores en el difícil trago de enfrentarse a su primer competidor. Cuando la furgoneta llegó al kiosco con aquel primer número de sus angustias, tomó en sus manos un ejemplar, y, tras una breve mirada, dijo: "muchachos, ya podemos irnos a la cama, nuestro periódico sigue siendo el más grande para envolver". Esa era la diferencia que podía inclinar las preferencias de los lectores hacia uno u otro periódico, el formato.
Aquel director era lo que se dice un periodista integral, consciente de la verdadera labor funcional del periodismo. Y más aun, de aquel periódico, modelo sábana inglesa, concebido para ser leído entre dos y para servir de envoltorio a todo un jamón serrano si fuera preciso. Porque, en la era de la comunicación, si las noticias de un diario matutino dejan de ser noticia por la tarde, pues ya son historia, no digo nada lo que son al día siguiente: apenas papel de envolver. Bueno, eso era antes, o lo sigue siendo solo en los países del tercer mundo, donde todo se recicla.
Ese es, pues, un dato inestimable para los historiadores y sociólogos: España pasó del Tercer al Primer mundo exactamente el día en que el pescadero, el carnicero, el recovero, el del carrito de las chucherías y el del puesto del mercadillo cambiaron el papel de periódico por el papel de estraza o la bolsa de plástico. Desde ese instante, para miles de españoles no tuvo ya sentido seguir comprando un diario (quizá por ello se explique que en España sigan vendiéndose el mismo número de ejemplares diarios que en tiempos de la República).

Otro acontecimiento de enorme importancia para la posteridad, que supuso el primer golpe mortal a la prensa, había ocurrido mucho antes, cuando apareciera en el mercado el primer papel higiénico -el Elefante, se llamaba- con dos caras bien definidas, una satinada, para pieles sensibles, y otra como la lija, con una capacidad tal de arrastre que acababa por sacarle brillo a la almorrana. Antes de aquel elefante abrasivo de color marrón no había nada más higiénico en los cuartos de baño españoles que el diario ABC. Y digo el ABC porque ese era el alimento espiritual cotidiano de mi padre en aquellos años de postguerra. Él lo devoraba, y el resto de la familia tiraba de la cadena.
Una vez leído, se hacían con él unas tiras anchas que se sujetaban a la pared con un pincho, a modo de calendario. Fueron, sin duda, los años más higiénicos del periódico monárquico. Las hojas más preciadas, las que primero desaparecían, eran las de huecograbado, más suaves, más amables. Los rezagados estreñidos de la familia debían conformarse con las páginas de deportes, las menos políticas, las de menor contenido de glorioso movimiento nacional al servicio del no menos glorioso movimiento de vientre.
Mi amigo Martínez Soler compara a diario en su blog la prensa militante, henchida de ardor guerrero, y se hace cruces con la desvergüenza con que dejan ver sus armas y el ideario de sus dueños. Pero lo cierto es que, visto con perspectiva histórica, lo de hoy no es nada comparado con lo de entonces: aquella otra prensa sí que era para cagarse, con perdón.
Bueno, toda, no. Las noticias del Imperio llegaban con el Selecciones del Reader’s Digest, pero era de un formato tan pequeño que solo servía para leer; es decir, para nada. También estaba el Mensajero del Corazón de Jesús, una revista mensual de una congregación religiosa a la que pertenecía mi padre, y que jamás se utilizaba para la higiene íntima en el cuarto de baño. El papel cumplía con todas las exigencias de grosor y finura, así que mi cabecita infantil jamás comprendió el porqué de ese indulto inexplicable.

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