Fuego amigo

Promesas incumplidas

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Para los que, como yo, nos mantenemos en estado de dieta eterna, luchando a brazo partido contra una glotonería endémica, la Navidad es como ir a clase de claqué sobre un campo de minas. Mi nutricionista me aconseja ir a la compra saciado, después de un buen desayuno, y me ha prohibido permanecer en ese campo de minas de colesterol más allá de la hora fatídica del aperitivo. Él la llama la hora de Cenicienta, esa hora en que suenan las campanas de una cervecita y unas almendritas que me hacen perder el zapato mágico, la cabeza y la compostura.

Entre el fuego cruzado de los villancicos a toda pastilla desde la megafonía (los que más me duelen son esos falsos villancicos fabricados por falsos flamencos de lolailo, lolailo, lailo) y los patés, el séptimo de bollería al completo y todo tipo de derivados grasientos del cerdo, ir a la compra es más arriesgado que moverse en las trincheras del campo de batalla sembrado de minas.

Pero no todo es colesterol en esta vida. En las estanterías proliferan tantos alimentos milagrosos que a veces pierdo la noción de si estoy en una farmacia o en los carrefures y los hipercores. Un paté de foie, y también un actimel para contrarrestar. Una tableta de turrón, y un activia para pararle los pies. Esa era mi táctica para engañar al organismo.

Pero hete aquí que los americanos descubren que Danone no era el príncipe que iba a redimir a su Cenicienta del maltrato de la madrastra que atasca mis arterias. Todo era falso. Su publicidad era mentira. Un cebo vulgar. Se habían forrado durante años de los incrédulos como yo, y ahora aceptan gustosos pagar con los beneficios obtenidos una multa de 21 millones de dólares como pena por haber mentido. Seguramente una milésima parte de lo ganado con el engaño.

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Meditación para hoy:

No quiero ni pensar qué pasaría si en política se hiciera pagar así por las promesas incumplidas.

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