Fuego amigo

Cómo ser más tonto en cuatro idiomas

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Para los que tienden a sobrevalorar el conocimiento y dominio de varias lenguas distintas a la materna, Nicolás Fernández de Moratín escribía unos versos satíricos que nos recordaban que al fin y al cabo un idioma es lo único que se aprende desde muy pequeño, sin el menor esfuerzo, aunque no quieras. Decía el poeta: Admiróse un portugués / de ver que en su tierna infancia, / todos los niños en Francia, / supiesen hablar francés.

Eso sucedía en los gloriosos tiempos de Moratín en que el francés era el idioma del sexo y de la diplomacia, por ese orden. Con la modernidad ha sido desplazado por el inglés (que no viene de las ingles, como el francés, sino de Inglaterra), y ya no hay puesto de trabajo en el que no se exija, para acceder a él, un conocimiento aceptable de la lengua del Imperio.

A Ortega y Gasset, como a Moratín, tampoco parecía impresionarle la cultura de los políglotas. Cuentan que, después de una trifulca con Salvador de Madariaga, se refirió a éste como "un tonto en cinco idiomas", como recordándole el viejo adagio de que lo que la naturaleza no da ni la Universidad de Salamanca lo suministra. Y eso que no llegó a conocer a Juan Pablo II, quien a pesar de dominar al menos diez idiomas, según sus hagiógrafos, creía en tantos disparates que merecieron ser recogidos en un libro hilarante que hoy se conoce como Biblia.

Ahora, en el Senado, sus señorías, que ya no se entendían ni en castellano, idioma que todos dominaban, han decidido hablar entre ellos en cuatro idiomas, añadiendo a su Babel el gallego, el euskera y el catalán, porque han llegado a la conclusión de que las lenguas no están para entenderse, sino para incomunicarse, para poner barreras entre pueblos, para reivindicar las diferencias.

Para, en fin, ser más tontos en cuatro idiomas y con un pinganillo colgando de la oreja.

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