Fuego amigo

Cómo ser más tonto en cuatro idiomas (segunda taza)

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Para aquellos que alegremente me acusaban ayer de estar alineado con las tesis del PP, o de ser incapaz de contemplar el problema desde la óptica nacionalista, sino desde la centralista, quisiera hacer un preámbulo que supongo disipará más de alguna duda. Soy sobrino-nieto del autor de la primera gramática gallega, Juan Antonio Saco y Arce, e hijo de un catedrático que muchos años más tarde actualizó y completó la obra de Saco y Arce, con una edición que llevó casi una vida entera de trabajo. Así que tengo un motivo doble para defender la salud de mi lengua materna.

Creo necesario confesar esto de antemano para que sepáis que con la lengua gallega acunaron mis primeros años, y en gallego me entendí con la gente que más he querido. Vaya esto por delante para los simplistas que me acusaban de haber escrito desde la incomprensión que caracteriza a los españolistas. Y de paso me gustaría recordarles algunas cosillas, para que se entienda que no estoy montando ninguna batalla contra las lenguas del estado español, porque son las mías, sino contra la utilización de las lenguas como arma política que a veces desemboca en el ridículo. Siento que, una vez más, la ironía, como las lenguas, a veces sirva más para la incomunicación que para enriquecer el debate.

Veamos. Manuel Fraga Iribarne, ex ministro del dictador, presidente honorario del PP, empezó a hablar gallego tardíamente, en su vida pública democrática... pero ni una palabra en esa lengua mientras fue doblemente ministro. Para optar a la presidencia de la Xunta se puso a hablar un gallego endemoniado que jamás le habíamos conocido. De pronto, por exigencias del guión, parecía ser el guardián de las esencias de la lengua que años antes tanto había despreciado el régimen al que servía. Un ministro que lo fue de otro gallego, por cierto, que supo utilizar el idioma castellano como una forma de dominio, para laminar las culturas que no hacían juego con la España Una, Grande y Libre con la que soñaba. Ello explica por sí sólo lo que quería dejar entrever en mi post de ayer: que las lenguas, nacidas para entenderse, fueron secuestradas muy tempranamente por la política, y acabaron siendo instrumento de unos y otros, no de encuentro sino de desencuentro, para marcar las diferencias entre naciones y no para suavizarlas, como arma arrojadiza.

Para entender mejor el problema del gallego sólo hay que escuchar a nuestro políticos gallegos cómo lo dominan en sus parlamentos, es un decir, más bien cómo lo destrozan, contaminado su verbo por el castellano hasta extremos de vergüenza ajena. Hablan infinitamente mejor el castellano, pero antes de volver a la escuela a reaprender la lengua que tanto defienden desde el estrado se partirían la cara conmigo para reivindicar su pésimo trato al gallego, la lengua que aprendí desde la cuna. Desconozco si ocurre lo mismo con el euskera. Incluso en el caso del catalán, aunque mucho mejor defendido de la contaminación por una burguesía culta, basta ver las enormes diferencias de "pureza" con la que hablan hoy sus políticos.

Y así, mientras para los catalanes la defensa de su lengua era la defensa de su economía, de su forma de vivir, de su territorio anexionado a la fuerza por Castilla, para la burguesía gallega su lengua fue un instrumento para marcar diferencias con su propio pueblo, no con el invasor, sino con los criados y campesinos. Al contrario que en  Cataluña, el castellano en Galicia pasó a ser la lengua imperial y de dominio con la que los burgueses medraban, ganaban obispalías, y subían escaños en la Administración y en el Ejército.

Como veis, siempre la lengua como instrumento.

Por eso digo que las lenguas, como patrimonio cultural de la Humanidad, deben ser defendidas de otra manera que haciendo un remedo de Parlamento multinacional, con pinganillos incluidos, para escenificar cómicamente que el Senado es lo que no es, la expresión de los intereses de la comunidades autónomas, asunto mal resuelto por nuestros padres constituyentes, como es público y notorio.

Ya dije que comprendía que lo del Senado pretendía ser un acto simbólico, casi como una revancha de las comunidades cuyas lenguas fueron masacradas históricamente por el nacionalismo españolista. Pero creo que ese no es el método. Entre otras cosas porque parece que solo a los creyentes nacionalistas no les parece una situación ridícula ver cómo nuestros políticos utilizan traductores simultáneos de los que luego se desprenden cuando en los descansos se encuentran en la cafetería. No hablo de despilfarro. Ese es otro asunto, y creo que menor. Hablo de que no me parece lícito utilizar el derecho a hablar la lengua materna como disculpa para la trifulca política. Hablo de sentido común.

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