Fuego amigo

Unas preguntas las contesta la cabeza, y otras, el corazón

En una emisión especial de la cadena SER de la semana pasada, alguien decía desde Canarias que el problema de la inmigración ilegal tenía más dimensiones mediáticas que reales, que eran los medios de comunicación, con su capacidad de altavoz de los conflictos, quienes estaban sobredimensionando la gravedad del problema. Sea o no cierto (recordemos la tentación de matar al mensajero) el caso es que en las principales encuestas de opinión (Pulsómetro, CIS) la inmigración ilegal ya ha subido al puesto número uno en la percepción de los principales problemas por parte de los españoles, por delante del paro y del terrorismo.
Las propias encuestas hacen hincapié en las contradicciones de los encuestados, cuya mayoría dice estar encantada con la inmigración, pero que la contemplan ya como un desafío, como un problema de saturación a corto plazo. Y es que la invasión lenta de inmigrantes ha despertado el recelo de todos los pueblos del mundo a lo largo de la historia, por lo que no es de extrañar que en esas encuestas, como decía un sociólogo, "unas preguntas las conteste la cabeza, y otras, el corazón".
Pero esto es lo que hay, y los partidos políticos lo saben. Tan pronto cayó en manos del PSOE la última, la más alarmista, en medio de la avalancha de cayucos sobre las costas canarias, el discurso del gobierno se endureció de la noche a la mañana, como si alguien desde la calle Ferraz hubiese dado la orden de corregir inmediatamente el tiro. "Sólo se quedarán en España los que vengan con papeles", declaraba la vicepresidenta, mientras los telediarios se ponían a la labor de enseñarnos la repatriación en avión de sin papeles con un ímpetu renovado, para demostrar esa "firmeza" que tanto demanda la derecha, para enseñar al mundo que sabemos deshacernos de ellos "sin complejos", que muerto el perro se acabó la rabia.
Y en el PP no podían ser menos. Esa es la presa, se dijeron, mientras van soltando a regañadientes la teoría de la conspiración del 11-M en manos de actores secundarios. Los votos están en el miedo, un tipo de voto irracional, como el propio miedo, muy rentable y disciplinado, que no necesita confirmación, pues es una sensación primaria que tiene su asiento más en el corazón que en la cabeza. En la Alemania nazi un bien explotado pánico al invasor silencioso hizo subir como la espuma la intención de voto a un partido marginal. He oído al vuelo en la radio a alguien del Partido Popular diciendo, más o menos que "el gobierno de España tiene la culpa del problema europeo de la inmigración ilegal", ahí es nada, por la última regularización masiva llevada a cabo por el gobierno socialista, olvidando, eso sí, que lo que se hacía con esa medida no era otra cosa que aflorar a una situación de visibilidad legal a cientos de miles de inmigrantes que habían entrado en España curiosamente bajo los gobiernos del PP, y que trabajaban en la economía sumergida en estado de semi esclavitud.
Todo ello provoca efectos curiosos y respuestas dispares. En Canarias, unos vecinos se lanzan a las playas provistos de mantas, agua y alimentos para socorrer al invasor, mientras otros creen que las islas corren peligro de hundimiento en el mar bajo el peso de la inmigración.

Mi familia gallega cuenta, como casi todas allí, con parientes emigrados en América, a donde llegaron con una mano delante y otra detrás, en busca del pan que aquí no se podían ganar. Yo mismo me he preguntado muchas veces qué habría hecho de mi vida si hubiese nacido en el África subsahariana, donde la esperanza de vida no supera los cuarenta años (ya estaría muerto a estas alturas) y cada amanecer es el anuncio de una nueva aventura en busca de algo para comer, mientras el cine, la televisión, la radio, los periódicos y los parientes felizmente emigrados me cuentan que a unos cuantos kilómetros de allí, en cayuco, está el paraíso.
Yo, como ellos, intentaría una y mil veces alcanzarlo, y creo que no habría mar arbolada que me lo impidiera. Y mucho me temo que la oleada es imparable. En el primer mundo ya no podemos esconder los muebles, ni los coches, ni los electrodomésticos, ni los alimentos, ni el agua potable. Es inútil, saben que los tenemos, nos los han visto. Miremos, pues, el problema de frente: probablemente no tienen otra alternativa que la invasión, lo que quizá se convierta en el principal conflicto del siglo XXI a nivel planetario y, muy especialmente, español. Vendrán a exigir su parte en el pastel, y no habrá más remedio que compartir.
Estoy seguro de que ese será el principio del fin de su miseria, de la injusticia que supone mantener nuestras ricas sociedades a costa de la inanición de más de la mitad de la población mundial. Y sólo será posible tomándose la justicia por su mano. En esos tiempos convulsos que os auguro, Europa sufrirá episodios de radicalización con la aparición de extremas derechas que podrían dejar pálidos los ejemplos hasta ahora conocidos en la historia. Por eso creo que partidos como el Popular han encontrado un filón para los próximos cursos, una veta que va a dar muchos dividendos electorales. El miedo al invasor es oro puro en las urnas.
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(Meditación para hoy: los neonazis están renaciendo en Madrid. Vienen siempre en manadas, golpean preferentemente a los inmigrantes, y desaparecen como comandos disciplinados. Creo que se merecen un poco más de atención por parte de los cuerpos represivos del Estado, que parecen contemplarlos como agentes de un terrorismo de baja intensidad. En los años treinta también parecían la parte folclórica del extremismo xenófobo, y resultaron ser la mecha de un incendio colosal.

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