Fuego amigo

¿En nombre de quién, si se puede saber?

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Supongo que gobernar es un baño de realidad, el escalón anterior al de la utopía, ese estado natural de toda oposición política. Con esa premisa podríamos llegar a comprender que los líderes del OTAN No se convirtieran en los líderes del OTAN Sí al día siguiente de acceder al gobierno. O que vayas por la vida de sacerdote de la austeridad presupuestaria hasta que tienes que gobernar una comunidad autónoma. O más alambicado todavía: que te prestes a condenar a los regímenes políticos tan solo en base a la relación comercial o de amistad que tengas con ellos.

Cuando llegas al poder, las centrales nucleares ya no te parecen tan peligrosas, y en esa nueva percepción de los peligros aprendes a distinguir entre dictador bueno y dictador malo, según sea el tamaño de tu dependencia ideológica, energética y comercial con el país del sátrapa.

A Muammar el-Gadaffi, el sangriento dictador libio, se le permite plantar su tienda de campaña de lujo en el corazón de la Europa política, escoltado por 200 amazonas vírgenes, porque al parecer es un actor estratégico contra el mito bien manejado del avance islamista. Como Mubarak, como el tunecino Ben Alí, como las dictaduras del Golfo, como Marruecos, como el guineano Teodoro Obiang...

Pero una cosa es que el ejercicio de gobernar (el arte de lo posible) te obligue a retorcer tus principios, y otro, muy otro, que te presentes voluntario a apuntalar a los gobiernos terroristas que se ponen los derechos humanos por montera.

¿Tan necesario era que José Bono, el representante de la suprema institución democrática española, acompañado de una corte de congresistas del PP, PSOE y CiU, acudiera a Guinea a reírle las gracias al dictador Obiang? ¿En nombre de quién, si se puede saber?

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Meditación para hoy:

Y hablando de sátrapas y dictadores. Os escribo al filo de la medianoche, después de contemplar por televisión (insuperable ejercicio de buen periodismo el del canal 24 Horas de TVE) el discurso de Mubarak, y la reacción de los ciudadanos congregados en la plaza Tahrit, el epicentro de la revuelta. Durante todo el día se venía especulando que, en su anunciada intervención, el presidente egipcio haría pública su renuncia. En realidad sigue aferrado al poder, dejando claro que el régimen y él continuarán al menos hasta septiembre, y que tan solo delega parte de sus prerrogativas presidenciales en el recién nombrado vicepresidente Suleiman.

Por ahora (las 12,30 h. de la noche) los congregados en la plaza se limitan a expresar a gritos su frustración e ira, algunos blandiendo sus zapatos que, como sabéis, es el gesto supremo de ofensa en esas culturas. Parece ser que ya había movimientos de trasladar parte de la manifestación ante edificios públicos, como el de la televisión estatal o el de la presidencia del gobierno, lo que podría ser el detonante de la intervención de la policía de régimen y de la facción del ejército dependiente directamente del presidente, su guardia pretoriana.

Como decía en Twitter Al Baradei, el premio Nobel y uno de los líderes de la oposición, poco después del discurso de promesas vacías de Mubarak: "Egipto explotará".

Hasta este momento, el mundo oficial calla vergonzosamente. Tanto Europa como los Estados Unidos. Como si todos estuvieran pendientes de felicitar al vencedor, sea el que sea, como en los peores usos diplomáticos. Parece que todo está en manos del Ejército, el mismo que ha prometido no disparar contra su pueblo. Pero en las revoluciones, ya se sabe, los minutos son años.

Atentos hoy, pues, viernes, día de la oración en los países musulmanes. Un largo día en el que se anuncia una manifestación callejera histórica. Hoy Egipto puede explotar, como dice Al Baradei. Solo deseo que explote en las narices mismas del sátrapa y sus secuaces.

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