Fuego amigo

Nuestra memoria será su infierno

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Hemos superado con nota otro cumpleaños del 23-F. Recordar esa fechoría que pudo traer a España la repetición de la venganza criminal de la posguerra fue un ejercicio de memoria necesario, desde luego, y más aún para los españoles menores de 40 años. Para esa generación, aquel suceso se sume en la prehistoria (había una única televisión y no existían los teléfonos móviles, ni los ordenadores personales, ni Internet), a pesar de que casi todos sus protagonistas están vivos, unos para escribir la Historia, y otros, dispuestos a reescribirla.

 

En cierto modo, la rememoración tenía ese regusto de los reportajes sobre los nazis, porque la historia desemboca en un final feliz, con la derrota de los criminales. Tan solo una sombra planeó sobre la conmemoración: la imagen del delincuente Antonio Tejero tomando no solo el Congreso de los Diputados, sino el sol en una hamaca, 30 años después, en una playa canaria, ajeno al repaso colectivo de su fechoría desde los medios de comunicación, como esa imagen hiriente de los nazis que lograron escapar y reconstruir sus vidas como gente de apariencia honorable.

 

Como decía en su carta al diario Ya.es su hijo, y cura ultramontano, Ramón Tejero Díez, a Tejero "le dolía España", por eso aquella mañana del 23-F, sabiendo lo que planeaba el facineroso de su padre, en lugar de poner los hechos en conocimiento de la policía, le acompañó a comulgar en misa.

 

Una pequeña hostia para un hombre, pero una gran hostia para la humanidad, remedando a Neil Amstrong en la luna.

 

Que sepan padre e hijo que a ninguno de ellos les perdonará la Historia, y que el único que les podría perdonar... no existe. En eso consistirá su infierno.

 

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