Fuego amigo

Apagando incendios

El incendio continúa vivo. Toda la poderosa maquinaria diplomática del vaticano está volcada en su extinción, con poca fortuna por ahora, no tanto por el tamaño de la afrenta (el Papa sólo dijo una verdad más grande que un templo, cristiano, por supuesto) como por la necesidad de los ayatolás de mantener vivas las llamas del incendio. Es su forma de manifestar su poder, el más grande que existe en la Tierra, el poder sobre las conciencias.
Los fundamentalistas musulmanes están enfadados porque el Papa ha dejado ver que el Islam es una religión de muerte. Y la sección iraquí de Al Qaeda, para desmentirlo a su manera, ha amenazado a continuación con la guerra santa contra "los adoradores de la cruz" hasta "la derrota de Occidente". "Decimos a los servidores de la Cruz que continuaremos la Yihad hasta que nuestra bandera ondee en todo el mundo". Para que se enteren de que lo que ha dicho el Papa no es verdad, han anunciado que lucharán "hasta la conversión del infiel" o su exterminio con la espada.
Recuerdo cuando, en medio del rifirrafe por el asunto de las caricaturas de Mahoma en que se multiplicaron las protestas en el mundo musulmán, un ministro del entonces todavía presidente italiano Silvio Berlusconi, Roberto Calderoli, había pedido al Papa que organizase una nueva cruzada para combatir la amenaza islámica, "como lo hicieron Pío V e Inocencio XI en el 500 y el 600". "Ha llegado el momento –continuaba el fundamentalista cristiano- de tomar medidas. A esta gente se le vence sólo con la fuerza". A esto se llamaría hoy choque de civilizaciones, continuando con el argumento de ayer. El mundo es muy pequeño, y sólo puede haber una religión verdadera bajo el sol.

Por entonces, todos los extremistas hicieron acopio de material con el que seguir alimentando la hoguera. Acordaos cuando José María Aznar, sintiéndose apoyado por el primo de Zumosol norteamericano, lanzó al fuego también su material fungible: "Si pedimos perdón por unas viñetas, ¿cómo nos van a tomar en serio cuando hablamos de armas nucleares?"
Pero Ratzinger, que sí es un hombre de Estado, aunque sea un estado físicamente tan pequeño como la inteligencia del insufrible, se apresuró a pedir perdón. Sí, a pedir perdón, cosa que no ha sentado bien al secretario de la Conferencia Episcopal Española, el jesuita Martínez Camino. "El Papa no ha rectificado su texto", "no ha pedido perdón", "lo que ha hecho es explicar lo que ha querido decir" en su discurso. Es la más clara expresión de lo que significa ser más papista que el Papa. O sea, toda la eficiente organización diplomática del Vaticano remando hacia un lado, y el tal Martínez tomando el Camino equivocado, porque un Papa es infalible y, por lo tanto, no tiene que pedir nunca perdón.
En estos casos me vuelve a la memoria aquella contestación genial de un alumno de bachillerato sobre el significado de la fe. "Fe es lo que nos da Dios para entender a los curas". Debe de ser por eso por lo que nunca los entiendo.

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