Los economistas nos advierten de que tanto las grandes crisis como las más pequeñas transacciones económicas obedecen más a la intuición, al miedo o a la manipulación que al análisis. Por eso insisten en que la economía, más que una ciencia exacta es un estado emocional, como el largo de las faldas.

Ayer, tras la petición de socorro de Portugal y las malas noticias que se cernían sobre la deuda griega, el reino de España padeció el efecto contagio, ese miedo de los mercaderes que mueve el mundo y lo siembra de cadáveres, que se tradujo en un encarecimiento de la oferta de rentabilidad de más de un 30% en las letras a 12 y 18 meses.

No nos extrañe. A favor de los mercaderes ya trabaja con tesón la ultraderecha, dispuesta a dejar de financiar el estado de bienestar que distinguió a Europa desde la última gran guerra. Como en Finlandia, donde ha alcanzado un considerable avance una ultraderecha xenófoba que ya nos ha advertido de que, después de Portugal,"el siguiente será España".

Quizá sus dirigentes hablaban por boca de ganso, es decir, porque tenían conocimiento de la reciente conferencia impartida por el insufrible amigo de Gadafi en la universidad de Columbia, donde en una conferencia dictada en un inglés hilarante puso en duda la solvencia de España.

Aquí es necesario introducir una meditación: no hace mucho tiempo se vio obligado a dimitir el director de la hasta entonces prestigiosa London School of Economics tras admitir sobornos de la familia Gadafi para formar a sus élites. ¿Alguien se ha puesto a investigar si Aznar cobra de su "extravagante amigo" por defenderlo en los foros universitarios?