Fuego amigo

Tormenta del desierto

Ayer veía por televisión el rostro arrogante de Sadam Hussein ante el tribunal que le juzga, esta segunda vez por genocidio y crímenes contra la humanidad, y me recordaba la altanería de los etarras asesinos de Miguel Ángel Blanco en la sede de la Audiencia Nacional. Ninguno de ellos es consciente del delito cometido, porque sus delitos han sido transmutados por los ideólogos de la Patria en gestas históricas y creen que la Historia acabará dándoles la razón por su labor antiséptica. No es ni siquiera una mirada cínica: se parece al estupor del virtuoso al que le están acusando de pederasta, como no dando crédito a que le esté juzgando alguien moralmente inferior a él.
No sé cual será el final de Sadam Hussein, pero su destino estaba marcado por la saga de los Bush, y eso es ya en sí mismo una condena. Bush padre, en la Guerra del Golfo de 1990-1991, comete la primera torpeza tras liberar el Kuwait ocupado: le perdona la vida y deja intacto su poder en Irak. Bush hijo, en la segunda Guerra del Golfo (esta vez lo de golfo se refería a él y no al Pérsico), ocupa Irak, para rematar el trabajo mal hecho por papá, desmantela la estructura del Estado, no encuentra la disculpa de las armas de destrucción masiva por ningún sitio, y sume a Irak en el caos al borde de la guerra civil.
Unos meses después de aquella primera guerra del padre del golfo escribí un divertimento, intentando verme de soldado, en medio del desierto, formando parte de la coalición internacional que acudía en socorro de la invadida Kuwait. Como la mayoría estamos de vacaciones que invitan a la distensión, aquí os dejo la primera parte. Os haré cuatro entregas en días sucesivos, para no cansaros y para que podáis pasar de ellas fácilmente los que no estéis interesados en mis guerras particulares.
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El cabo topógrafo (I parte)

El sargento de instrucción ya les había advertido que la guerra era algo mucho más serio que lo que habían visto hasta entonces en las películas de Hollywood. Quizá el problema consistiese en que el sargento de instrucción tampoco había estado jamás en una guerra y hablaba de oídas, como los que habían hecho las películas. Nadie, ni los políticos, ni los sargentos, ni los generales, ni aquella clase de tropa reclutada por su quinta sabía de la guerra mucho más que él. Por eso, cuando el sargento de instrucción anunció solemne que el Ejército español iba a encontrarse con dos enemigos, las tropas de Sadam Hussein y el desierto, y que no sabía cuál de los dos era peor, estaba demostrando una ignorancia asesina.
El día en que los habían depositado en el canal, desde aquellas barcazas que lo mismo nadaban que trepaban por las dunas, gloria de la ingeniería anfibia, sus compañeros pisaron tierra llevando en la bragueta y en las botas el espíritu de las nuevas cruzadas. Él, sin mucho entusiasmo, bien es verdad. Pero su contrato con la patria no decía nada de entusiasmo, sólo le exigía que se presentara tal día a tal hora porque la guerra estaba a punto de comenzar y necesitaban cabos topógrafos como él.
-Perdone, mi comandante, con el debido respeto quisiera advertirle que creo que se trata de una equivocación. Es cierto que hice la mili voluntario en la Brigada Topográfica, pero fue porque el único coronel que conocía mi padre, y que me podía enchufar, era el coronel de la Brigada Topográfica. Si aquel señor hubiese sido de Carpintería Naval, pues seguramente yo habría terminado la mili de cabo carpintero, o como se diga. Así que, ya ve, soy cabo topógrafo por pura casualidad.
-Lo siento, pero su ficha lo dice bien claro. ¡El siguiente!
-Disculpe mi insistencia, mi comandante, pero le juro que jamás tuve en mis manos un aparato de topografía. No me sé ni los nombres, mire usted. Luego no me vengan con cuentos si perdemos la guerra. Le juro que hice los veinticuatro meses de mili en el departamento de Mayoría, detrás de una ventanilla, pegando sellos y poniendo al día cartillas militares. En realidad yo hice la carrera de Clásicas. Latín y esas cosas. Compréndalo, mi comandante, eso no es muy militar que digamos.
Continuará.

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