Fuego amigo

De buenas y malas famas

 

El torero Ortega Cano conducía un coche de alta gama en la noche en que sufrió el accidente que le mantiene en la unidad de cuidados intensivos, debatiéndose entre la vida y la muerte. Si quieres saber el nombre del otro implicado en el accidente, que ya solo se debate entre la muerte y la eternidad, tendrás que bucear en Google, y de paso sabrás que su coche era un modesto sedán. La benemérita concluye en sus primeros informes que el torero iba a una "velocidad inadecuada", y no se sabe todavía si con exceso de alcohol en sangre.

 

Cuando ves en los medios de comunicación el despliegue informativo sobre el suceso, lo triste y afligida que está la familia del torero, la desazón de sus hijos postizos, de los restantes parientes y amigos, de los aficionados al toreo y a la prensa rosa... te dan ganas de pensar en la suerte inmensa que ha tenido la familia del muerto anónimo, porque está consiguiendo la gloria cada vez que hablan indirectamente de él y de ese coche que a lo mejor todavía estaba pagando.

 

Los ricos, cuando se mueren, salen en las páginas de sucesos y en el papel cuché; los pobres, solo en las estadísticas. Así, en el otro accidente que nos ocupa estos días, el de los pepinos presuntamente contaminados con la bacteria E. coli, los alemanes muertos por una contaminación que al parecer fue provocada por la mala manipulación de sus ricos compatriotas, ocuparon páginas enteras de lamentaciones, mientras que los pobres agricultores españoles que no habían provocado el accidente, pasan a engrosar las estadísticas de pérdidas millonarias.

 

En verdad que hay maneras mucho más justas y menos violentas de alcanzar la fama.

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Meditación para hoy (regalo de La Repú):

 

Es un indignado de la Puerta del Sol demostrando que hay allí más ingenio por metro cuadrado que en la Loca Academia de la Historia.

 

De buenas y malas famas

 

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