Fuego amigo

Cómo conciliar una doble vida

 

Una de las metas de la moderna lucha sindical está puesta en la mejor conciliación de la vida laboral y familiar. La vieja aspiración de que no hemos nacido para trabajar sino que el trabajo debería servir para financiarnos una mejor forma de vivir. El sistema capitalista está de acuerdo en ello siempre que el ocio familiar lo destinemos a consumir: o produces o compras lo que previamente has producido. Como el sexo para Rouco, que solo tiene sentido para una causa trascendente, para traer hijos a su servicio; al de Rouco y al de su amigo invisible, quiero decir.

 

Pero hay otra conciliación más difícil todavía de sobrellevar: la de las convicciones personales y la vida profesional, una conciliación que en algunos momentos de la Historia alcanzó alturas de obra de arte, como el caso de Hitler acariciando tiernamente a niños y perros, o el de Juan Pablo II dando la comunión y la bendición apostólica a los dictadores genocidas latinoamericanos. Eso sí es conciliación.

 

Rouco Varela, el presidente de la Conferencia Episcopal, dio un ejemplo extraordinario de conciliación entre su credo cavernícola y la modernidad, casando al heredero de la corona con una mujer divorciada. María Dolores Cospedal, madre de un niño concebido in vitro de su pareja de hecho, en pecado de escándalo público desde entonces, desfilaba ayer, enlutada piadosamente, en la procesión del Corpus Christi de Toledo por obligaciones del cargo.

 

Más difícil, aún, es lo del príncipe Felipe. Heredero de un puesto de trabajo en el que no se trabaja, soberbiamente remunerado, decía anteayer, con cara compungida, que "considera inaceptable que la desesperanza se instale entre los jóvenes españoles". ¿Puede haber mayor conciliación entre la jeta y el cargo?

 

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