Fuego amigo

Tenemos un conflicto

 

La carga de oportunidad política que subyace bajo la designación de San Sebastián como Capital Cultural en 2016 ha desatado, si no los celos, sí el celo de protesta de una parte de los promotores de las otras cinco ciudades competidoras. La peor reacción, la menos profesional, la más visceral y fuera de tono, corrió a cargo del alcalde de Zaragoza, el ex ministro Alberto Belloch, ex juez cuyo pronunciamiento pasará a engrosar la historia del disparate político: "Es la candidatura que menos me gusta porque el alcalde es de Bildu". Y a continuación, para pasmo de sus propios correligionarios vascos, ha anunciado que impugnará la decisión.

 

Mientras Belloch confundía el culo con las témporas, la hoy ministra y ex alcaldesa de Córdoba, Rosa Aguilar, denunciaba los criterios políticos que han pesado excesivamente en la designación de San Sebastián sobre los méritos de, por ejemplo, esa joya cultural en sí misma que es Córdoba, una de las ciudades más prodigiosas del planeta, sin cuya existencia ni la cultura europea ni la del resto del mundo occidental serían hoy lo que son.

 

El presidente del comité de selección, desconocedor, quizá, de cómo se las gastan los diversos nacionalismos españoles, tampoco demostró ser un modelo de prudencia, cuando justificaba la elección de San Sebastián, entre otras razones, por el esfuerzo realizado "para superar su historia de violencia".

 

Violencia es una palabra pretenciosamente aséptica, como esa otra, todavía más hiriente, de "conflicto" utilizada tercamente por Bildu y el resto del nacionalismo abertzale, palabra que intenta dulcificar la misma realidad que esconde la "solución final" de los nazis o los "autos de fe" de la Iglesia.

 

Cuando todos coincidamos en que los asesinatos no son conflictos ni violencia, sino crímenes, sin más, será cuando tengamos derecho a hablar de cultura.

 

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