Fuego amigo

Con la verdad por delante y por detrás

 

Hoy sabemos que si el ser humano no contase con una memoria selectiva, si no fuese porque es capaz de olvidar casi todo lo que aprende (miles de mensajes nuevos diariamente se cuelan por nuestros sentidos), llegaría a tener un cerebro tan atascado de información basura como inservible para su procesamiento. La ciencia llegó a esa conclusión mucho antes de descubrir al nieto de Franco, con el cerebro saturado quizá de leer La Razón, recomendando olvidar la tortura criminal a la que nos sometió su abuelito. Y sin embargo, la memoria, una gran memoria, como el pene en los hombres, la tenemos mitificada.

 

Igual de mitificada que la verdad. Si el ser humano no fuese capaz de descartar verdades en su vida diaria, la convivencia sería un infierno. Más aún, la cortesía, ese ingrediente imprescindible para las relaciones sociales, consiste en no decir siempre la verdad, en ocultarla estratégicamente, y hasta en mentir si con ello alegramos la vida de los demás. Imaginad por un momento diciendo a nuestro interlocutor, sin pestañear: ¡qué bajito y feo es usted, caballero, y cómo le huele el aliento!

 

En política, un exceso de verdad es, simplemente, un suicidio. Los descuidos a micrófono abierto y las escuchas policiales a políticos así lo certifican. Quienes reconocen estar en la política "para forrarse" o que llaman hijoputa a su compañero de partido convierten verdades privadas en desastres públicos.

 

Que se haya sabido que Berlusconi dijo en privado de Angela Merkel que tiene un "culo grasiento que no hay quien se lo tire" podría acarrear la ruina de Italia. Aunque nadie pone en duda que Berlusconi entiende mucho más de culos que de gobernar un país.

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