Fuego amigo

Todos somos cómplices

El profesor Tierno Galván, antiguo alcalde de Madrid, un socialista "ilustrado", gustaba de hablar de la calidad de los votos, más que de la cantidad, en una democracia utópica en la que el voto de los ilustrados tuviera más valor en el cómputo final que el voto de, pongamos por caso, los porteros de finca. No es mal recurso mental para justificar el fracaso en una votación.
En el caso del referéndum del Estatuto de Cataluña, la derecha perdedora ha decidido aplicar la nueva doctrina de que lo importante no es el sentido del voto ganador, ni siquiera su calidad, como pedía el viejo profesor, sino la cantidad en forma de abstención. Tan sólo uno de cada tres catalanes refrendó el Estatut, según el PP, el mismo partido que gobernó tan ricamente durante varios lustros en una Galicia cuyo estatuto había aprobado apenas el 28% de los censados.
Para los que nos gobernamos por el sentido común, en una votación así están nítidamente contempladas todas las posibilidades, incluido el derecho al pataleo. Uno puede decir sí, o no, o votar en blanco, o emitir un voto nulo emborronando la papeleta con mensajes de cariño al estilo de "ZP, cabrón, trabaja de peón". Y por supuesto, la decisión no menos importante: la de no ir, abstenerse, pasar. Y todas tienen su lectura específica si se utiliza para su análisis, como digo, el sentido común. En este último caso, como decía ayer Pepa, una de nuestras comentaristas habituales, "los que se abstienen simplemente están delegando en los que sí se acercaron a votar". Sin lecturas retorcidas.
En la larga y sobreactuada estrategia del Partido Popular para deslegitimar el resultado de la votación, exigió previamente (y consiguió) que la Junta Electoral prohibiese a la Generalitat hacer campaña animando a un voto que podría haber legitimado, sin dar pábulo a la duda, el respaldo mayoritario de la ciudadanía al nuevo estatuto. Pero es que la derecha nacionalcentralista entendió a la perfección que la abstención era huérfana, sin padre ni madre ni padrino, un voto en tierra de nadie, una espléndida cosecha de votos (de "no votos") que se podía encajar con calzador en la columna del NO. En ningún libro está escrito cuál es el porcentaje de participación que legitima moralmente una votación, así que cada uno puede inventar su propio baremo para que el resultado se acomode a lo que deseaba demostrar, "quod erat demostrandum".

Es un camino filosófico peligroso porque, llevado a su extremo, nos llevaría a concluir que en democracia los gobiernos apenas están legitimados por el 20 ó 30% de los ciudadanos. Porque, continuando con esta línea argumental, si sólo acudieron doscientas mil personas a la última manifestación contra el terrorismo, convocada por su sección de víctimas, ¿quiere ello decir que, según el PP, los cuarenta y tres millones de ciudadanos restantes somos cómplices de ETA?
Si es así, que lo digan de una vez.
--------------------------------------------------------------------------------------------
(Meditación para hoy: cuando recibí por televisión la noticia de que habían asesinado a Miguel Ángel Blanco creo que fue el último día que lloré. No es fácil en alguien como yo, de una generación educada en el principio machista de que los hombres no lloran. Lloré, más que por una pena difícil de explicar, de rabia, por la injusticia, por la saña mostrada por sus asesinos. Idéntico sentimiento me hizo un nudo en la garganta cuando de nuevo la televisión me trajo estos días las imágenes del desprecio chulesco de sus asesinos en el juicio que se celebra contra ellos. Desprecio a su memoria, a su familia y a todos los demócratas.
Cuando por entonces nos convocaron a la manifestación de las manos blancas me sentí uno más en la corriente de aquel río humano de esperanza, y pedí justicia a gritos, codo con codo con sus correligionarios, como si hubiesen asesinado a un hermano que no conocía. Ayer, a la puerta del tribunal que juzga a los criminales, un grupo de ciudadanos, los mismos que tienen secuestrada para su uso exclusivo la bandera española, la patria y la palabra España misma, llamaban asesino a Rodríguez Zapatero e insultaban a la prensa que cubría el evento. Y no faltó, ávido de carroña como las gaviotas (¿he dicho gaviotas?), el inefable presidente de la AVT, equivocándose, como siempre, de aliados. Se me hace difícil pensar que llorábamos por el mismo muerto.

Más Noticias