Ayer se celebró el Día de las Fuerzas Armadas, con un desfile en Sevilla. Por lo que vi en la televisión me pareció bastante discreto. Pero quisiera reflexionar con vosotros en alto sobre este tipo de celebraciones, pues debo reconoceros que tengo sobre este asunto sentimientos contradictorios: no sé si habría que suprimirlas como un residuo o un reflejo de la manifestación de un poder intimidatorio y destructivo, o si cumplen su función de escaparate para conseguir "vocaciones" entre los jóvenes y como acercamiento de las Fuerzas Armadas al pueblo. Confieso que no lo sé y me gustaría que enriqueciéramos el debate con serenidad.
Por mi parte os avanzo que, desde mi militancia en partidos clandestinos bajo el franquismo, siempre vi a las fuerzas armadas como el enemigo a batir, mejor, del que huir, como uno de los pilares sobre los que se asentaba la represión de la dictadura. Pasaron los años, y tras el triunfo de la revolución de los claveles en el vecino Portugal, comprendí que el mismo ejército que antes había sido utilizado como elemento represor servía también para todo lo contrario, para defender las libertades públicas al servicio de una democracia. Solamente dependía de la mano que mecía la cuna, del uso o abuso que los gobiernos hiciesen de esa institución armada.
Comprendí también, más tarde, que la salud de las democracias se puede medir por la mayor o menor presencia de los militares en la sociedad, su visibilidad en la convivencia interna. Cuanto más silenciosamente hacen su trabajo, más chirrían las manifestaciones de ciertos generales nostálgicos que todavía no han asimilado bien que las armas se las hemos puesto en sus manos para que nos defiendan, y no para que nos intimiden. Así que, poco a poco, según los militares se fueron haciendo invisibles con su trabajo callado, orientando su razón de existir como fuerzas internacionales de cooperación, y no de ocupación, fui perdiéndoles el miedo y tomándoles respeto.
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(Meditación para hoy: lo que no soporto es ver desfilar a la Legión. Da la impresión de que quisieran matar de risa al enemigo, comandado por el general Gila. Me parece un ejército de opereta, desfilando a la velocidad del cine mudo, de una marcialidad imposible por impedimento de las propias leyes de la física, un ejército cagaprisas, que desfila a trotecillo lento, y que se adorna como mascota con una cabra uniformada. Creo que alguien debería poner un poco de sensatez en el asunto. Las cabras no se merecen ese maltrato psicológico.
Comentarios
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