Fuego amigo

Ni el fantasma de Terra Mítica le hará perder la sonrisa

Entre las sonrisas enigmáticas de la Historia yo me quedaría con dos, la de la Monna Lisa y la de Eduardo Zaplana. De la sonrisa, o lo que sea, de la Gioconda se han escrito millones de páginas, y hasta existen teorías peregrinas de que, más que de una sonrisa, se trataba de un regüeldo apenas disimulado, como el de los bebés, una mueca a medio camino entre la sonrisa y el alivio de un gas bien liberado.La de la Gioconda ha quedado inmortalizada por Leonardo. Falta hoy el Leonardo que descifre esa sonrisa perenne, o lo que sea, del portavoz parlamentario del PP, siempre desplegada, como temiendo que en cualquier esquina pueda salirle al paso Antonio López , pincel en mano.Ayer, tras años esperándole, al fin Eduardo Zaplana acudió a una reunión con el resto de los grupos parlamentarios para intentar alcanzar un acuerdo que desbloquee la renovación del Poder Judicial, en funciones desde hace diez meses por su culpa. Lo vi llegar por televisión, con media hora de retraso, con ese porte suyo de galán de cine, con una mano profundamente hendida en el bolsillo, como si tuviese un asunto entre manos, y esa su sonrisa acartonada que se le ha enquistado de tanto imitar a Monna Lisa.Yo me decía al verlo: humor no le falta, hay que reconocerlo. Por ejemplo, mantener esa sonrisa el día en que la Abogacía del Estado decía haber calculado en 4,5 millones de euros el dinero defraudado por un amigo suyo a Hacienda en el "caso Terra Mítica", ese caso que le está acosando como un fantasma, es toda una lección de serenidad de espíritu.El despliegue de los labios se acrecentó cuando su presidente, Mariano Rajoy, continuaba desde su escaño con el mensaje apocalíptico de los males ficticios que aquejan a la economía española, y se reía de paso de los desesperados intentos del gobierno de Zapatero por facilitar el acceso a la vivienda de los jóvenes. No importa que el IBEX 35 desmintiera sus malos augurios con una subida del 3%, la mayor en cuatro años.No importa. Una sonrisa de museo, cuando tiene vocación de eternidad no se tuerce ni ante las buenas malas noticias.--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Meditación para hoy: ayer los príncipes de Asturias presentaron a su segunda hija, la Infanta Sofía, a la Virgen de Atocha. Me llamó la atención leer que doña Letizia y monseñor Rouco, que presidió la ceremonia, repitieron el mismo vestido que en la anterior ocasión, cuando la presentación a la misma virgen de su primogénita, la infanta Leonor. La noticia eran los vestidos, blanco el de la princesa, púrpura el del cardenal. Nadie parecía estar dándose cuenta del disparate de escena medieval que allí se estaba representando. Una princesa divorciada y casada en segundas nupcias con un príncipe, ofreciendo a su hija a una de las cien mil vírgenes del santoral, o como se llame (¿el virginal?... bueno, eso creo que es un instrumento precursor del clavecín, aunque el diccionario de la RAE lo haya olvidado), en un estado aconfesional es casi una provocación, además de un ejercicio de cinismo real. De la realeza, vamos. Para que luego se pregunten por qué este país es cada día más republicano.

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