Fuego amigo

Enredados todavía con el término nación

Parece que están a punto de alcanzar un acuerdo en ese asunto del que vosotros y yo sabemos, un acuerdo muy inestable todavía, pues se puede ir al garete en cualquier momento si la Esquerra Republicana de Carod Rovira sigue insistiendo en que no le convence lo pactado. Según nos cuentan, el problema insalvable es el concepto de nación, y dónde debe mencionarse en el Estatut, si en el preámbulo o en el articulado.
Los que no somos patriotas ni religiosos porque hemos llegado a la conclusión de que, lejos de servir para el bien común y la convivencia, los nacionalismos y las religiones son el motor de todas las guerras que en la Historia han sido, con más muertos a sus espaldas que la gripe española, la peste negra, la lepra y las hambrunas, no comprendemos muy bien ese empeño de poner el error por escrito. ¿En qué cambiará la vida de los catalanes, gallegos, andaluces, vascos, etcétera, el hecho de que el término nación aparezca en el articulado de sus respectivos estatutos, en el preámbulo o en los botes de tomate?
Dice el diccionario que patriota es la "persona que tiene amor a su patria y procura todo su bien", y que patria es la "tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos." Son definiciones tan poco definidas, que me perdonen los señores académicos, que más que ayudar han venido a complicar más las cosas.

La psicología intenta explicarnos por qué nos gusta nuestra tierra natal, tanto para los que nacieron en los fiordos noruegos como para los nacidos en el desierto del Sahara, pasando por los habitantes de las sabanas siberianas. Y lo explican en términos biológicos y culturales, de la misma manera que amamos a nuestros hijos o padres, sin que haya habido por medio un entrenamiento para amarlos más o menos. Un mecanismo biológico que, como decíamos el otro día, funciona a las mil maravillas con los patitos, que recién salen del cascarón designan como madre al primero que pasa a su lado.
Al nacer abrimos los ojos en un paisaje determinado, susurran a nuestro oído palabras expresadas en un idioma específico, la calidad de la atmósfera, la temperatura, el clima, los sonidos, todo lo que nos rodea acaba moldeando nuestro cerebro hasta dibujar un mundo concreto. Y no le concedamos ningún mérito extraordinario, porque no tuvimos que aplicar ningún esfuerzo para ello. No hay nada, por tanto, de lo que estar orgulloso. Nadie está en su derecho de pregonar su patriotismo como una virtud que le adorna por encima de las demás. Es precisamente la infancia, como decía el filósofo, nuestra única patria.
El problema se agrava cuando por razones políticas alguien proclama que "procura todo su bien" a la patria, y pretende medir, no sabemos con qué vara o con qué espada, y todavía menos con qué motivo, cuánto amor tenemos los demás a la patria. ¿Cómo se mide la cantidad de amor? ¿Y por qué tengo que amar a mi patria? ¿Y si no la amo ya no soy patriota? ¿Y si no soy patriota me van a echar? ¿A dónde? ¿A qué patria?

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